sábado, 26 de enero de 2013

Se escurre

El frío era demasiado intenso; la vida se le escapaba a cada espiración. El cielo era negro y se encontraba salpicado de millones de puntos de luz que le miraban desde ahí arriba. Hacía mucho frío.

Abrió los ojos; se habría dormido unos segundos. Y el cielo seguía en su sitio. Se moría; se le escapaba la vida entre los dedos de las manos y no podía hacer nada por impedirlo. Ya no sufría por ello. Seguía dándole mucha pena.

Abrió de nuevo los ojos. La escarcha crecía en su bigote. Se sentía, de algún extraño modo, feliz. Lo había perdido todo.  Salvo la vida. Y muy pronto no tendría ni eso.

No recordaba el accidente. Estaba dormido, borracho. Cinco horas de vuelo, sueño, y se encontraba tirado en mitad de la nieve. Sin sentir nada.

Se había lesionado la columna, hasta ahí comprendía. No sentía ni frío ni dolor y el avión se había estrellado en la nieve. Seguramente tenía una herida por la que se iba desangrando porque cada vez le costaba más mantenerse despierto.

Abrió de nuevo los ojos. Le costaba mucho hacerlo. No se moriría hasta que no viera una estrella fugaz que trajera consigo la esperanza de un renacer.

Durante la madrugada murió. No dejó ningún rastro especial. Excepto su sonrisa.

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