lunes, 21 de enero de 2013

Recuerdos borrosos

El único recuerdo bueno que conservaba de su padre era el puñado de caramelos que solía traerle en el bolsillo del abrigo cuando venía de viaje. Eran muy dulces y muy ácidos, de limón y naranja, y después de chupar uno se le quedaba la lengua dolorida, llena de cortes, pero le encantaban.

El resto de recuerdos eran bien lagunas en las que no aparecía durante días bien gritos, lloros, empujones y bofetadas. A ella y a su madre.

Ahora allí le tenía en la cama del hospital. El pelo ralo y blanco y los ojos hundidos en las sombras de sus cuencas. Ni lo reconocía. Y no parecía gran cosa visto así: un viejo pelele de trapo amarilleado por el sudor y que pronto acabaría en la basura. Tampoco le daba pena o lástima, ese hombre ya había muerto para ella hacía casi treinta años. Y aún así había conducido toda la noche para ir a verle tras la llamada del hospital.

Salió a por un café a pensar.

Pues sí, le diría unas cuantas cosas para que se llevara a la tumba, cosas que se había guardado dentro por demasiado tiempo pero que la habían ido horadando durante años. El muy cabrón. Se iba a ir llorando a buscar a Satanás.

No sabía si sentía una rabia desmedida o una vergüenza infinita cuando por sus gritos de "¡hijo de puta!, ¡cabrón!, ¡así te mueras sufriendo!..." llegó corriendo la enfermera y le dijo que entendía que estuviera pasando un mal trago, que tuviera que desfogarse, pero que su padre había fallecido esa madrugada

No hay comentarios :

Publicar un comentario