jueves, 31 de enero de 2013

Escampa

El aire olía a tierra empapada y hongos. Había escampado y el sol del atardecer iluminaba con fuerza los campos agostados que brillaban con el agua. Algunos pájaros se habían atrevido a volar de nuevo y su vida parecía fácil y despreocupada leyendo un libro acuclillado bajo la copa de una enorme encina.

La vida en las trincheras tenía sus momentos.

miércoles, 30 de enero de 2013

Liberación

El helicóptero sobrevolaba su cabeza y no podía hacer nada. Aún sentía dolor en las piernas pero el frío se lo iba comiendo y pronto le susurraría al oído que durmiera. Que durmiera. Que durmiera...

Abrió los ojos sobresaltado para ver un cielo morado teñido de fuego en el horizonte. No sentía nada. Sólo unas ganas irrefrenables de volver a cerrar los ojos. Y olvidar la lucha. Irse. Cerró los ojos mientras abría su sonrisa.

Las voces eran interrumpidas por los ladridos de alegría que retumbaban a escasos centímetros de su cabeza. Pronto las linternas iluminaron los copos que habían comenzado a caer a su alrededor y las voces se transformaron en palabras.

Lloró. Había estado a punto de morir. Ahora se lo llevarían de vuelta a terminar de cumplir la cadena perpetua.

martes, 29 de enero de 2013

Otros tiempos

Milenios después de aquellos hechos históricos se quedó embobado admirando el Paso de las Termópilas. Cuántos hombres valientes habían decidido quedarse y sacrificarse por salvar a los suyos. Una muerte segura les esperaba un día, el siguiente, el otro, hasta que llegaba. Pero qué estrategia, qué corazones.

Ahora Grecia no era ni una sombra de lo que una vez fue. Aunque bellas, las ruinas de su antiguo esplendor seguían siendo ruinas. Y el valor de sus gentes se había quedado en tristes figuras que se quitaban del medio para morir en las sombras.

Apolo se volvió muy triste a su hogar.

lunes, 28 de enero de 2013

Aforismo (II)

La llegada de la oscuridad no te asusta cuando estás ciego.

domingo, 27 de enero de 2013

Aforismo

Cuando un muerto muere, vive.

Hermanos

Tenía en su cabeza la mejor historia que jamás se le había ocurrido y su hermano se fue a dormir. Nunca se lo perdonaría. Quería ser escritor, siempre había soñado con eso. Pero a su hermano sólo le interesaba la juerga. Puta suerte la suya. Ojalá pronto pudieran separarlos con una operación.

sábado, 26 de enero de 2013

Se escurre

El frío era demasiado intenso; la vida se le escapaba a cada espiración. El cielo era negro y se encontraba salpicado de millones de puntos de luz que le miraban desde ahí arriba. Hacía mucho frío.

Abrió los ojos; se habría dormido unos segundos. Y el cielo seguía en su sitio. Se moría; se le escapaba la vida entre los dedos de las manos y no podía hacer nada por impedirlo. Ya no sufría por ello. Seguía dándole mucha pena.

Abrió de nuevo los ojos. La escarcha crecía en su bigote. Se sentía, de algún extraño modo, feliz. Lo había perdido todo.  Salvo la vida. Y muy pronto no tendría ni eso.

No recordaba el accidente. Estaba dormido, borracho. Cinco horas de vuelo, sueño, y se encontraba tirado en mitad de la nieve. Sin sentir nada.

Se había lesionado la columna, hasta ahí comprendía. No sentía ni frío ni dolor y el avión se había estrellado en la nieve. Seguramente tenía una herida por la que se iba desangrando porque cada vez le costaba más mantenerse despierto.

Abrió de nuevo los ojos. Le costaba mucho hacerlo. No se moriría hasta que no viera una estrella fugaz que trajera consigo la esperanza de un renacer.

Durante la madrugada murió. No dejó ningún rastro especial. Excepto su sonrisa.

jueves, 24 de enero de 2013

Génesis

"Y vio Dios que era bueno".

Nunca había terminado de entender esa frase. Ni en el colegio ni ahora. Se suponía que Dios era infalible y todopoderoso y todas esas cosas. Entonces, ¿cómo iba a hacer algo y pensar que había sido una cagada? Sí, debía ser algo en sentido figurado y todas esas cosas pero, empezar en ese plan el universo no le daba a uno mucha confianza, parecía que era todo producto de la suerte.

- Disculpe la espera. Aquí tiene - la recepcionista le sacó de su ensimismamiento. Recogió el albarán y el casco y se fue a continuar con su ruta de reparto.

Dios miró el diploma que tenía colgado en su despacho: Creator Cum Laude. Menudas juergas se corrió en los exámenes finales. Y qué potra tuvo con el práctico: de empalmada y sin haberlo preparado.

miércoles, 23 de enero de 2013

Misión imposible

A pesar de todo había conseguido llegar hasta la puerta de entrada. De haber sabido que lo intentaría, nadie habría apostado nada por él.

Parecía fácil colarse dentro: en la puerta, un guarda dormitando que hacía una eternidad que había dejado atrás la juventud y que, seguramente, seguía ahí por pena. Y ni un alma más a la vista. En otras circunstancias podría haber intentado sobornarle o coaccionarle para que le dejara entrar sin más pero se encontraba en una situación bastante precaria y no tenía con qué negociar. Estaba con lo puesto y con su ingenio.

Al final se decidió por el camino más directo. El anciano roncaba en esos momentos y se había dejado la puerta abierta, era tan estrambótica la situación que tenía que salir bien. Funcionó.

El segundo político de casta que se le colaba a San Pedro en menos de un mes.

Sombra

Las lágrimas se mezclaban con la sangre en su cara y le nublaban la vista sin que pudiera hacer nada por detenerlas. Corría entre la multitud, chocando, cayendo, golpeando, siendo empujada y golpeada. Pero cada vez que caía lograba levantarse de nuevo. El centro comercial se había convertido en un maremágnum en el que la gente huía corriendo caóticamente a un lado y a otro, aturdida por los gases lacrimógenos, la cuasioscuridad y, sobre todo, el terror cegador de no saber qué o quién los estaba masacrando.

Estaba agotada de correr de un lado para otro, le ardía el pecho, le dolían los brazos y las piernas, pero no podía parar o seguramente la matarían. Tenía la certeza de que acabaría muriendo esa misma noche, en unos segundos, en media hora, no lo sabía. Pero, como tantos otros, no saldría viva de allí.

Unos metros por detrás oía a un grupo de hombres gritando. Por el rabillo del ojo vio cómo unas mujeres corrían hacia las cajas del supermercado. Resbaló con la sangre del suelo y casi se cayó al girar hacia ellas, pero logró mantenerse en pie y corrió. Sin dejar de correr miró hacia atrás y vio que los hombres pasaban de largo. Las mujeres entraron casi en silencio en el pasillo de las consolas. Ella hizo lo mismo. Eran cuatro y tenían el rostro desencajado de terror. A las dos primeras no les dio tiempo a gritar antes de matarlas con sus katanas.

lunes, 21 de enero de 2013

Recuerdos borrosos

El único recuerdo bueno que conservaba de su padre era el puñado de caramelos que solía traerle en el bolsillo del abrigo cuando venía de viaje. Eran muy dulces y muy ácidos, de limón y naranja, y después de chupar uno se le quedaba la lengua dolorida, llena de cortes, pero le encantaban.

El resto de recuerdos eran bien lagunas en las que no aparecía durante días bien gritos, lloros, empujones y bofetadas. A ella y a su madre.

Ahora allí le tenía en la cama del hospital. El pelo ralo y blanco y los ojos hundidos en las sombras de sus cuencas. Ni lo reconocía. Y no parecía gran cosa visto así: un viejo pelele de trapo amarilleado por el sudor y que pronto acabaría en la basura. Tampoco le daba pena o lástima, ese hombre ya había muerto para ella hacía casi treinta años. Y aún así había conducido toda la noche para ir a verle tras la llamada del hospital.

Salió a por un café a pensar.

Pues sí, le diría unas cuantas cosas para que se llevara a la tumba, cosas que se había guardado dentro por demasiado tiempo pero que la habían ido horadando durante años. El muy cabrón. Se iba a ir llorando a buscar a Satanás.

No sabía si sentía una rabia desmedida o una vergüenza infinita cuando por sus gritos de "¡hijo de puta!, ¡cabrón!, ¡así te mueras sufriendo!..." llegó corriendo la enfermera y le dijo que entendía que estuviera pasando un mal trago, que tuviera que desfogarse, pero que su padre había fallecido esa madrugada

El libro más valioso

Tenía entre sus manos el libro más valioso que jamás había existido. Un libro más preciado que mil veces su vida. Alzó la vista para mirar por el hueco que una vez fue ventana. Un cielo gris rojizo que pregonaba la caída de la noche.

Las calles de la ciudad estaban completamente vacías de movimiento, de vida. Un paisaje gris y negro que ya no olía a muerte, sólo a pérdida. Entró en una antigua gasolinera y extendió junto a la pared el aislante y encima el saco de dormir. Se sentó con la espalda apoyada en la pared, se descalzó, cruzó las piernas y abrió la mochila para sacar una lámpara recargable. Giró la manivela un par de minutos y la encendió. Una luz demasiado blanca, mortecina. No había nada mejor. La dejó en el suelo y sacó el libro de la mochila.

Hacía semanas que no había visto a un ser humano -¿quedaría alguno aún con vida?-. Cerró los ojos y siguió atentamente su respiración para relajarse. Luego abrió el libro por el principio y admiró las páginas inmaculadas. Sacó el bolígrafo de su bolsillo y comenzó a escribir el último libro de la humanidad.

sábado, 19 de enero de 2013

Vida

Dos minutos para la medianoche. Era una hora mítica, la verdad. Qué recuerdos de juventud.

Un minuto para la medianoche. La garita del peaje era oscura pero al menos estaba caliente. Pocos coches pasaban y cuando lo hacían enseguida cerraba el ventanuco. No llovía pero seguía nublado.

Medio minuto. Un camionero borracho haciéndose el simpático. Él no iba a denunciarlo.

23:59:59 . Y un día más.

viernes, 18 de enero de 2013

Inmortalidad

Los gusanos agujereaban su carne; avanzaban lentamente devorándola, dejando a su paso un líquido hediondo. Era una sensación horrible. No le dolía nada pero verlos moverse devorando su cuerpo inmóvil era más de lo que podía soportar. Casi cinco décadas estudiando los libros prohibidos; preparándose para su resurrección en un ser aún más poderoso tras la muerte de su cuerpo físico y la estupidez de uno de sus aprendices malogró el trabajo de una vida y la promesa de una eternidad.

Su cuerpo debía reposar durante cinco lunas en el gélido interior del túmulo de los patriarcas cuyo interior era bañado por los ríos de hielo que provenían del mundo de los muertos. Bajo ese frío sobrenatural la magia permearía lentamente cada rincón de su cuerpo y sustituiría a la esencia de la vida que una vez lo impregnó.

Pero Nicolasio, el peor de los aprendices jamás imaginados, no tuvo mejor idea que conservar allí el queso agusanado que se trajo de su tierra.

jueves, 17 de enero de 2013

El último tren

Era una pena pero se le habían acabado las monedas y el último tren del día iba a pasar de un momento a otro.

Se quedó sin su moneda aplastada.

The Shining

Los tres días que quedaban prometían ser demasiado largos. Sin Internet, sin cerveza, en compañía de veintitantos monstruitos en un refugio de montaña. Un remake de El Resplandor solo que más terrorífico. La mente enferma que ideó la semana blanca debería estar ardiendo en el Infierno hasta el fin de los tiempos.

Claro que necesitaba el dinero si no, ¿qué demonios se le había perdido allí? El portátil y la reparación del coche se habían comido la mitad de los ahorros para las vacaciones de verano. Y si no salía a distraerse una semanita este verano no aguantaba un nuevo septiembre. Seguro.

Según pasaban las horas sus ganas de matar niños, o al menos silenciarlos, crecían. Es que ya hasta los alumnos de primaria se comportaban como adolescentes en pleno pavo. Al menos Maribel, imbécil perdida, era la responsable legal de los críos.

El domingo por la tarde conducía muy contento el autobús de vuelta a la ciudad. Los niños viajaban perfectamente sentados y en silencio. Sonreía; le había encantado esto de la semana blanca. Una vez que uno se ponía a acojonar a esos pequeños bastardos las cosas se veían con otros ojos.

martes, 15 de enero de 2013

A tiempo

El coche patinaba en cada curva pero seguía siempre dentro de la calzada. Los faros sólo llegaban a iluminar una impenetrable cortina de agua y escasos metros de las líneas discontinuas que flanqueaban la carretera. Los únicos sonidos que escuchaba eran el murmullo de la lluvia, el chirrido de las ruedas y los limpiaparabrisas, el rugido del motor y la voz que le martilleaba que se diera prisa.

La herida del pecho ya casi no sangraba aunque le seguía doliendo y la sentía palpitar. La camiseta estaba fría y se le pegaba a la piel de un modo muy desagradable. Sentía ganas de dormir aunque no tenía sueño.

Una luz fantasmal se insinuó tras la lluvia y fue tomando la forma del hospital. Aún no era demasiado tarde, podía conseguirlo. Las figuras que aguardaban bajo el porche de la entrada de urgencias y comenzaron a hacer aspavientos y dar voces preparándose para recibirle. Alguien había avisado de su llegada.

Con un último esfuerzo de autocontrol enfiló la entrada y aceleró. Algunas balas impactaron en el coche, otras en su cuerpo, ninguna en la cabeza. Un instante antes de la explosión pensó en las huríes que esperaban su llegada.

Sueños de esclavitud

Le gustaba hacer tintinear la bolsita llena de monedas que llevaba atada al cuello cuando se encontraba a solas. Desde hacía un par de años ahorraba cada moneda que ganaba recogiendo chatarra, llevando mensajes, trapicheando, mendigando... Iba cambiando las míseras monedas de madera por otras de terracota, las de terracota por las de cobre, y las de cobre... ya pronto tendría una de plata y con ella compraría aquello que tanto ansiaba.

Unos días después colgaba de su cuello su nuevo monedero -vacío- de napa y marfil.

domingo, 13 de enero de 2013

Menschendämmerung

Los camarones flotaban a su alrededor como hacían las semillas de los dientes de león cuando jugaba por los pastos. Los restos del naufragio eran extraños; más que de otra época parecían provenir de algún mundo imaginado. No tendrían más de quinientos o seiscientos años pero jamás habría imaginado una arquitectura semejante, un diseño tan ornamental para algo que se suponía funcional.

Los sabios hablaban de los días anteriores a la Gran Noche como un mundo lleno de aparatos que surcaban los cielos, de luces que llenaban las noches, de aparatos que llevaban imágenes, voz o cosas de un lugar a otro del planeta. Los esqueletos de grandes edificaciones de piedras artificiales que se amontonaban unas sobre otras contrastaban con los confortables huecos excavados en la tierra de sus hogares. Las grandes ciudades de la antigüedad eran lugares yermos que muy poco a poco la naturaleza recuperaba.

Guerras. La Edad Antigua se regía por las guerras. La gente luchaba y se mataba no para defenderse, sino para que unos pocos tuvieran todo. Ellos vivían en paz, se ayudaban unos a otros para que cada uno tuviera lo necesario y los excedentes se repartieran entre quienes lo necesitaran.

Salió a la playa y reptó hacia su cueva. Le habría gustado saber cómo eran físicamente esos antiguos.

sábado, 12 de enero de 2013

Lejanía

Las teclas tenían círculos de mugre alrededor de las letras. Era bastante asqueroso. Su nuevo destino. Por la ventana los churretes dejaban entrever el mar; una bahía plagada de barquitos bordeada por industrias humeantes, luego una zona de marismas y finalmente los edificios de la ciudad a la que iría de permiso un fin de semana al mes. No tenía ni curiosidad por saber cómo eran las putas de allí. Acabaría yendo.

Aún no tenía muy claro qué le había llevado hasta allí, qué pelotas había tenido que tocar. Pero debían haber sido muchas y muy gordas, desde luego. Una mierda de destacamento en una isla o lo que fuera ese pegote de mierda rocosa unido durante la marea baja por un istmo de mierda a una tierra con un paisaje de mierda. Diez gilipollas metidos en un fortín en el culo del mundo a cada cual con una historia más ridícula para justificar su presencia.

Se puso manos a la obra: llevó el petate hasta la cama junto a la puerta de las letrinas -la del novato- y se fue en busca de la cocina, a ver si conseguía algo parecido a un café para acompañarle durante la redacción de la crónica del día.


Miraba desde la cuierta del barco alejarse el que había sido su hogar durante meses. La luz del atardecer pintaba de naranja las piedras del viejo fuerte y le embargaba la añoranza. Lo echaría de menos, al muy cabrón. Al final había sido una experiencia muy gratificante y reveladora vivir esa soledad. Y le había servido para desbloquearse y escribir de nuevo. Aunque los componentes del destacamento de relevo habían parecido horrorizados al descubrir los restos semidevorados y putrefactos de otros nueve soldados.

La magia del universo

Observaba atentamente el sistema solar. Era apasionante ver el sol en el centro y los planetas moviéndose lentamente en derredor siguiendo unas trayectorias predefinidas, siempre iguales. Era muy relajante observarlo, con sus estrellas al fondo iluminando suavemente la negrura de la noche.

Su madre abrió la puerta, encendió la luz y entró en la habitación para darle un beso y encender el transmisor para bebés. Los planetas del colgante perdieron su magia.

jueves, 10 de enero de 2013

Cuasidivino

Las polillas revoloteaban bajo la luz de una luna que las hacía brillar casi con luz propia bajo la mirada de un pálido mirlo que acechaba entre las sombras de un pino albar. Era un paisaje casi onírico, blanco sobre negro sobre blanco sobre negro...

...alzó la mano hacia su cara. La sangre que manaba de ella era de un rojo obsceno que dolía en la mirada. La hemorragia casi se había detenido, era un corte profundo pero saldría de esa.

Con un movimiento de su mano el paisaje se volvió negro. Hasta el día siguiente. Si tenía bien la mano. Se giró, rozó el interruptor y dejó el lienzo cubierto a oscuras.

Estirpe

El estruendo era ensordecedor y la fuerza del agua quería hundirle y eso le hacía sentirse más vivo que nunca. No era una cascada muy alta, nada especial, pero una vez debajo uno podía entender toda esa fuerza que se va comiendo montañas.

No era muy común que el animal de poder de uno fuera un salmón.

miércoles, 9 de enero de 2013

Arte

Era la primera flauta de hueso que tallaba y sonaba como una puta mierda con la que era imposible hacer música. En vez de notas salían chillidos de niños repelentes. A su favor había que decir de nadie le había enseñado a hacerlas, que nunca había visto una antes y que el dolor de la automutilación era horrible.

martes, 8 de enero de 2013

Soledad

Patrullar solo era completamente diferente a lo que había sido hacerlo con un compañero. Tantas noches habiendo pensado en lo a gusto que estaría sin tener que hablar de gilipolleces y disfrutando de conducir sola por la ciudad y ahora que lo había conseguido le quedaba grande la situación. Las primeras noches habían sido fabulosas: las calles estaban llenas de gente y por la ventanilla abierta le entraban los sonidos y los olores de los distintos barrios. Si había un conflicto avisaba por radio y a los pocos minutos llegaba el grupo de intervención adecuado.

Ahora la humedad y el frío hacían que se le empañaran los cristales del viejo coche patrulla; las luces estallaban en las miles de gotas en que se rompía la lluvia contra el parabrisas y todo era monótono, gris, aburrido. No pasaba nada, si acaso algún coche que había patinado hasta estamparse en cualquier lado. Pero los minutos se le apelotonaban en la cabeza y no sabía cómo quitárselos de encima.

Dio por radio el aviso de que un coche patrulla se había estrellado y aceleró.

domingo, 6 de enero de 2013

Sueños de la infancia

John se sentía muy cabreado porque había ganado un viaje a la estación espacial como premio extraordinario en un concurso para cuando cumpliera los 21 años.

El concurso había tenido lugar a nivel nacional entre todos los niños y adolescentes de entre diez y quince años que quisieran participar. Los cinco participantes que convencieran a un jurado de expertos con la mejor razón por la que querían ser astronautas ganarían un vuelo a la estación espacial en 2022. Al final serían seis. Que John quisiera ir a la estación espacial con tostadas, untarlas de mantequilla y ver qué pasaba sin gravedad precipitó la decisión -unánime- de entregar un premio improvisado a la mayor idiotez recordada de la carrera aerospacial.

Pesadillas

Le dolía tanto el cuerpo que su mente se le escapaba y volvía a regañadientes. Aún no se había sentado. O tumbado. Sólo había bebido algo de agua de un odre que encontró tirado. El olor de la muerte le rodeaba, el campo de batalla estaba plagado de restos -reconocibles, fragmentos- de lo que una vez fueron vidas con un pasado y la añoranza de un futuro.

La muerte en sí no era terrible, era tan sólo el paso de un estado a otro. Lo horrendo era saber que casi todos esos cuerpos mutilados no sabían por qué morían.

En la tienda de las vituallas trató de coger un mendrugo de pan y un pedazo de queso. Cogió el queso, no pudo agarrar el pan. El brazo izquierdo no le respondía; un tajo atravesaba su hombro hasta el hueso. No le dolía. Soltó el queso, abrió el pan con la mano derecha e introdujo el pedazo de queso dentro. Le sabía a gloria, al igual que el vino de Dios-sabe-dónde que le habían dado en una copa de madera.

Esa noche, cuando por fin pudo dormir, tuvo pesadillas: soñó que razonaba. Y era tan real...


viernes, 4 de enero de 2013

Recuerdos

Las horas iban pasando por las manecillas del reloj. Un minuto una raya. Cinco minutos una raya grande. Las horas saltaban de raya en raya cada vez que el minutero pasaba por el cenit. Quince minutos después caía hacia la derecha y otros quince y colgaba inerte. Era el único sitio de ese mundo extraño que le hacía sentirse como en casa, el único suelo firme en el que descansar cuando la vida resultaba demasiado intensa.

Hacía muchos años había sido un viejo científico al que tildaban de loco y aparcaban en el departamento de física de la Universidad Politécnica del Norte. "Viajar en el espacio tetradimensional, claro" le decían a la espalda, a la cara. Pero un sábado de invierno de 2024 llegó hasta éste de infinito mundos paralelos con aspecto de ciudad rural de la América de los años 50. Y ahora ya no era más que un adolescente que pronto llegaría a la infancia hasta desaparecer en una escisión de gametos.

Y sí, en este universo en el que el tiempo transcurría del revés, ver pasar las horas en el reflejo del reloj en un escaparate era lo único que le recordaba a su mundo natal.

Carpe diem


Su cuerpo se hundía hasta la mitad a cada paso que daba. Una superficie blanca, fría, infinita se extendía ante sus ojos, en todas direcciones. No había pensado en las consecuencias de haber aterrizado allí, de haberse puesto a caminar después sin rumbo fijo. No las pensaba ahora. Nunca pensaba, era completamente impulsiva. Lo había hecho porque quería hacerlo.

No tenía ni idea de cuántos de sus hijos aún vivían, de dónde lo hacían. Se había desentendido de ellos desde el primer instante, abandonándolos a su suerte en algún callejón, en compañía de perros callejeros, rodeados de basura. Nunca pensaba en ellos.

No lo vio venir. Salió disparada hacia el aire de una ostia enorme. Juan, el pastelero, la había quitado de una toba de la tarta de nata y fresas.

miércoles, 2 de enero de 2013

Escapada

Los cuervos no paraban de volar en círculos por encima de los árboles. No sabía que tuvieran ese comportamiento; de las grandes rapaces sí lo esperaba, pero no de los cuervos.

Tampoco era un día especialmente... especial. Nublado, temperatura agradable. Brisa intermitente. Media mañana. Los cuervos seguían dando vueltas sobre sus cabezas. Y ni un graznido.

La caja del pickup era hasta cómoda cuando uno ya se había acostumbrado a tumbarse en ella para dormitar y mirar el cielo. ¿Cuánto llevaba ya en ese bosque? No es que tuviera prisa, no tenía pensado hacer nada, pero sí que había perdido la noción del tiempo. Y tampoco tenía hambre.

Bajó de la caja de la camioneta para estirar un poco las piernas y curiosear. Dio un par de pasos y llegó al borde de su pequeño mundo: el pickup, unos metros alrededor y luego un limbo gris e infinito. No recordaba cómo había llegado. No sabía si saldría. O a dónde lo haría. Pero el tiempo no discurría.

martes, 1 de enero de 2013

Agridulce

Ya no sabía si lo que le caía en los ojos era el sudor de sus brazos o la sangre que destilaban las yemas de sus dedos destrozados. O la lluvia que escurría desde un mundo más arriba. De cintura para abajo no sentía absolutamente nada. Del pecho hasta la cintura un dolor atroz. Y un pánico que se le enroscaba en cada pensamiento, que ahogaba toda esperanza. Pero sus brazos seguían escarbando entre los escombros en busca del cielo.

Raif plantaba una bandera sobre las ruinas del bloque de viviendas donde había estado su casa triste pero esperanzado. Unos metros por debajo había quedado sepultado un bulldozer del ejército israelí.