La muerte en sí no era terrible, era tan sólo el paso de un estado a otro. Lo horrendo era saber que casi todos esos cuerpos mutilados no sabían por qué morían.
En la tienda de las vituallas trató de coger un mendrugo de pan y un pedazo de queso. Cogió el queso, no pudo agarrar el pan. El brazo izquierdo no le respondía; un tajo atravesaba su hombro hasta el hueso. No le dolía. Soltó el queso, abrió el pan con la mano derecha e introdujo el pedazo de queso dentro. Le sabía a gloria, al igual que el vino de Dios-sabe-dónde que le habían dado en una copa de madera.
Esa noche, cuando por fin pudo dormir, tuvo pesadillas: soñó que razonaba. Y era tan real...
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