domingo, 6 de enero de 2013

Pesadillas

Le dolía tanto el cuerpo que su mente se le escapaba y volvía a regañadientes. Aún no se había sentado. O tumbado. Sólo había bebido algo de agua de un odre que encontró tirado. El olor de la muerte le rodeaba, el campo de batalla estaba plagado de restos -reconocibles, fragmentos- de lo que una vez fueron vidas con un pasado y la añoranza de un futuro.

La muerte en sí no era terrible, era tan sólo el paso de un estado a otro. Lo horrendo era saber que casi todos esos cuerpos mutilados no sabían por qué morían.

En la tienda de las vituallas trató de coger un mendrugo de pan y un pedazo de queso. Cogió el queso, no pudo agarrar el pan. El brazo izquierdo no le respondía; un tajo atravesaba su hombro hasta el hueso. No le dolía. Soltó el queso, abrió el pan con la mano derecha e introdujo el pedazo de queso dentro. Le sabía a gloria, al igual que el vino de Dios-sabe-dónde que le habían dado en una copa de madera.

Esa noche, cuando por fin pudo dormir, tuvo pesadillas: soñó que razonaba. Y era tan real...


No hay comentarios :

Publicar un comentario