viernes, 4 de enero de 2013

Recuerdos

Las horas iban pasando por las manecillas del reloj. Un minuto una raya. Cinco minutos una raya grande. Las horas saltaban de raya en raya cada vez que el minutero pasaba por el cenit. Quince minutos después caía hacia la derecha y otros quince y colgaba inerte. Era el único sitio de ese mundo extraño que le hacía sentirse como en casa, el único suelo firme en el que descansar cuando la vida resultaba demasiado intensa.

Hacía muchos años había sido un viejo científico al que tildaban de loco y aparcaban en el departamento de física de la Universidad Politécnica del Norte. "Viajar en el espacio tetradimensional, claro" le decían a la espalda, a la cara. Pero un sábado de invierno de 2024 llegó hasta éste de infinito mundos paralelos con aspecto de ciudad rural de la América de los años 50. Y ahora ya no era más que un adolescente que pronto llegaría a la infancia hasta desaparecer en una escisión de gametos.

Y sí, en este universo en el que el tiempo transcurría del revés, ver pasar las horas en el reflejo del reloj en un escaparate era lo único que le recordaba a su mundo natal.

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