martes, 19 de agosto de 2014

Pensando

A pesar de lo intenso emocionalmente de estos días sigo adelante con Yenom. Sueño con Yenom, me surgen ideas a lo largo del día que voy integrando. Poco a poco voy dando forma a los personajes, se me ocurren escenas que complementan la estructura narrativa del modo que voy creyendo mejor...

Cuando me he tirado a escribir sin más me he atascado al agotárseme la imagen que transcribía al papel. Yenom no es un relato breve, no me cabe entero en la cabeza. Es una historia compleja y se merece ser narrada de manera adecuada.

Atrás quedaron mis prejuicios de que si pensaba mucho en la historia antes de escribirla esta quedaría encorsetada. No, pensar en la historia es insuflar vida en los personajes, escucharlos de verdad, espiarlos en sus vidas privadas, entender cómo afecta todo al mundo. Y ya dejarlos libres para que actúen. Pensar en la historia es asomarme a distintos momentos de ella, sacar una foto de lo que veo y guardarla para observarla y disfrutarla y describirla a posteriori. Y a lo mejor es una foto mala, borrosa, que no aporta nada. Y descartarla entonces.

Ya no apilo ladrillos y cemento sin más, ahora voy viendo la casa que quiero, voy viendo su plano.

lunes, 18 de agosto de 2014

Yenom

Estos días he estado recopilando los retales que tenía de Yenom por ahí desperdigados. He estado aprendiendo a utilizar la herramienta con la que lo escribiré -Scrivener-. Y, sobre todo, he estado madurando las últimas semanas como escritor y como persona. Quienes me han tenido cerca sabrán de qué hablo y cuáles son las decisiones tomadas que dirigirán mi vida a partir de ahora.

Voy a centrar mis energías en Yenom y quiero utilizar este blog como cuaderno de bitácora de este viaje que me ha costado media vida iniciar. No malgastaré mis energías en él pero pienso que será un bonito subproducto de todo el proceso que con gusto comparto.

jueves, 3 de julio de 2014

Otra vez

De nuevo iba a escribir aquí por escribir. Empecé un ejercicio de escritura y lo acabo de borrar. No quiero escribir ejercicios sino la novela. Este blog no ha de ser un lastre, no. Tengo cosas que decir y no son estas.

Me pongo con Yenom.

Anormal

Hoy he empezado a realizar ejercicios de escritura. Escribir por escribir. Metaescritura. Coger soltura con las herramientas sin preocuparme de qué o cómo lo digo, que es mi problema. Desmitificar el acto en sí.

Como ya he planteado, he tomado la decisión de escribir ya, sí o sí, la novela que tengo tantos años atascada en las cuerdas vocales de mis dedos. Rectifico: no he tomado la decisión sino que actúo. A la mierda la denigración consentida de unas prácticas no-laborales que sólo me llevan a no vivir la vida como la sueño; a tomar por culo los miedos que me acompañan desde que entendí que, o bien pertenezco a un colectivo del que no formo parte, o bien acepto mi anormalidad.

Me siento bien conmigo mismo; me he dado cuenta de que comparto cuerpo y alma con un tío de puta madre que me aporta todo lo que siempre he buscado en un amigo. No siento vergüenza por ser quien soy. Ya no. Nunca más.

martes, 1 de julio de 2014

III

La decisión
cobra todo el sentido
cuando se actúa.

lunes, 30 de junio de 2014

Yenom

Iba a escribir otro haiku pero lo he borrado. Porque rellenar unas líneas cada día no era más que una excusa para no echarle huevos y mirar a los ojos al verdadero reto de escribir. No quiero pajas literarias, pequeños orgasmos diarios sin pena ni gloria. Quiero follarme a las musas, hacer el amor con Atenea, correrme con mis personajes, que me rompan el corazón y mendigar su aprecio. Quiero beberme la sangre de mi prosa, alimentarme de mi retoño como Cronos muerto de miedo. Muerto de vida en mi caso.

Probablemente siga escribiendo este blog a diario o casi a diario. Yenom no es excluyente. Quizá suba pequeños fragmentos que descarte, o que me hayan gustado. Es posible que dé noticias sobre el desarrollo de la novela; impresiones sobre el acto de escribirla. O nada.

Pero Yenom ha resucitado esta mañana en el autobús. La semilla fue plantada el sábado en realidad. Ahora o nunca.

domingo, 29 de junio de 2014

En aquel lugar

El día a día
convirtióse en ayer
entre tus manos.

Viaje al fin de la noche

En un instante
el final de la noche
se vuelve cierto.

viernes, 27 de junio de 2014

Excusas

Estoy muy cansado. Agotado de tanta mediocridad, no de trabajo. Me quieren despojar de mi propia estima pero soy yo quien se la quita de encima al agachar la cabeza y asentir mi condena. Tenemos un miedo inmanente a la libertad, a decidir, a ser dueños de nuestros fracasos. Es parte de nuestro miedo al olvido más que a la muerte física, a desaparecer sin dejar rastro como las burbujas de una jarra de cerveza elaborada con aguas del Leteo. Escribo todos los días una excusa para no levantar el puño a los dioses que no existen y mostrarles que no tengo miedo a la vida.

Pero miro los manuscritos de mi pasado y sólo veo sueños soñados y no vividos.

Despierto. Sale el sol. Recuerdo mis sueños. Vivo.

Escribo. Sin excusas.

jueves, 26 de junio de 2014

Demasiado humano

No existían demasiados motivos para ser optimista: era ya sábado por la tarde, se le acababa el plazo, y no tenía ni puta idea de cómo seguir. Como siempre, había empezado la semana haciendo el perro, maquetando, adornando, cambiando detalles por aquí y por allá. Pero nada de contenido decente; eso ya lo haría "mañana". Así toda la semana, perdiendo el tiempo. Ya el viernes terminó un poco más tarde, se esmeró mucho más, trazando con más claridad las directrices de su creación perfecta. seguramente terminaría el sábado a última hora y el domingo podría dedicarse a otras cosas. Vamos, como Dios.

El sábado se levantó tarde. Muy tarde. Se puso histérico tratando de avanzar a toda prisa, sin tomar las precauciones que debía. Así llegó la noche del sábado y supo que no le iba a dar tiempo a terminar. A terminar bien. Aún así necesitaba hacerlo lo mejor posible y a lo mejor era suficiente.

Pero no. Llegó la media noche y aún estaba pringado de barro, construyendo al hombre. Se apagaron las luces del taller, no se acordaba de que los shabat cerraban a cal y canto. En fin, había fracasado con el Génesis; se había quedado a medias, haciendo al hombre. Su obra maestra nunca llegaría al mundo.

miércoles, 25 de junio de 2014

Anónima

Alguna tuvo que ser la última gota de lluvia que cayó sobre Macondo.

Zanahorias

Zanahorias. ¿A quién se le había ocurrido hervirlas? Una zanahoria hervida era la cerveza caliente de las verduras.

A ella le gustaba sacarlas de la tierra, sacudirlas y darles un poco con agua y morderlas en crudo. Dulce crujir en los paseos por el valle, matando hambre y sed.

lunes, 23 de junio de 2014

Secuestro

Verde. Ámbar. Rojo. Su único nexo con el mundo de ahí fuera. Una grieta entre los tablones; un cruce de calles. El tiempo que no pasaba.

domingo, 22 de junio de 2014

Instante

El tiempo parecía haberse detenido en ese preciso instante.

La bala rompió el espejismo.

sábado, 21 de junio de 2014

Eterno anochecer

No era un atardecer como los demás. Era un atardecer fuera del tiempo, ajeno al devenir del día a día. Las luces de las casas que salpicaban el valle titilaban entre los árboles y un cielo de sangre sobre azul celeste se deshacía en la negrura de un cielo estrellado.

Sólo aves e insectos rompían la estaticidad del momento.

Quería volar como la lechuza que por la mañana dormitaba en un granero del camino. Batir mis alas sin romper el silencio y mirar el mundo desde mi mundo.

O ser ese esquivo lince, secreto a voces entre pinos y berrocal. Acechar desde las sombras como la muerte de un relato de Poe, ajeno a que mi propia muerte pondría fin a mi especie.

No, no lo sería. Y aún así quería romper el péndulo de mi vida y alojarme en este eterno atardecer. Pero el rojo se iba del cielo y casi ni veía mis manos.

Me moría. Mi sangre brotaba de las heridas de mi cuerpo retorcido, roto tras la caída. Subí a la cima. Viví. Comprendí.

Y la montaña me amó para sí, cuerpo a cuerpo en este eterno anochecer.

viernes, 20 de junio de 2014

Si lloraré el día de tu muerte...

Muchas veces me has preguntado si lloraré el día de tu muerte. Ninguna te he contestado.

Podría haberte mentido y decirte  pero habrías sabido que no te era sincera. Y una mentira hecha carne mata más que una verdad tácita. No, no te lloraré el día de tu muerte pero no por no haberte querido, pues nadie te ha amado tanto. Todos estos años te he acompañado, en lo bueno y en lo malo; en lo indiferente. Nadie te ha escuchado como yo; nadie te ha arrojado las verdades a la cara como yo lo he hecho. Unas veces me has escuchado, otras te has pasado mi consejo por tus cojones sudorosos. Pero nunca, nunca, nunca te he abandonado. Por muy jodida que me hayas dejado.

Ahora tienes miedo. Miedo de ti, de tu amarga soledad tan trabajosamente conquistada. Has sido un auténtico cabrón, zorreando personas y sueños, ignorando mis súplicas. Y en tus momentos más bajos, cuando no tenías nadie más, ahí estaba yo. No, no te lloraré. Me iré y nunca nadie más sabrá de mí. Pero ahora levántate; deja de llorar como un niño malcriado, asume tu culpa y levántate. No eres mierda, ¿sabes? Te conozco y eres bueno. Pero créetelo y actúa como tal. Levántate y apóyate en mi hombro.

Otras veces sacas lo mejor de ti en situaciones inesperadas y me quedo sin palabras y te abrazo y te digo la persona tan impresionante que eres. Y me miras y sonríes y te miro y te amo. Y aún así, no te lloraré. Porque me iré. Me iré contigo de este mundo y nadie se acordará de mí cuando se acuerde de ti. Porque soy la voz que siempre ha estado contigo, hasta el final. Porque soy tu conciencia.

jueves, 19 de junio de 2014

Estrella fugaz

Llegó el momento en que el sol acabó por desaparecer tras las dunas. La luz del ocaso hizo el mundo rojo y mis pasos sin rumbo seguían clavándose en una arena que me chupaba los pies. La noche venía inexorable, demasiado pronto, devorando la luz que la juventud arrojaba sobre todo un mundo que caminar. Pero cada día, cada año que caminaba, la luz se tornaba aún más mortecina y el mundo se emborronaba como tinta en un vaso de agua.

El último resplandor del sol hacía años que se había extinguido; mi cuerpo aún era joven; la noche, cerrada. Caminaba porque no podía no caminar. Mi vida no sería nacer, crecer, soñar y esperar resignado a la muerte sentado en algún lugar de las arenas del tiempo.

Caminé noches sin luna en las que sólo las estrellas acompañaban al negro paisaje que se recortaba contra ellas. En él, un mundo del que sólo veía la sombra. Hacía frío. ¿Por qué caminaba? Mi último destino sería la muerte, nada lo cambiaría.

El destello de una estrella fugaz rasgó el velo de estrellas y dejó pasar un mediodía. Allí estaban mis pies, mis manos. La arena, las verdes colinas y las montañas cubiertas de nieve. El mundo en todo su esplendor. Comprendí, caí de rodillas, lloré.

Durante los muchos años que aún viví nunca volví a ver una estrella fugaz. En su brevedad la amé: me enseñó a dejar de buscar con los ojos aquello que ya conocía con el corazón.

martes, 17 de junio de 2014

Mientras tú existas

Mientras tú existas
el viento no quemará mi piel desnuda
porque habrá ardido contigo.

Mientras tú existas
el sol no cegará mis pasos
porque yaceré en tu pecho.

Mientras tú existas
mi alma no tendrá hambre
porque te comerá a versos.

Mientras tú existas.

Cuando ya no existas
mi cuerpo despellejado
morirá de frío.

Cuando ya no existas
la noche eterna
ocultará tus huesos.

Cuando ya no existas
el vacío que me llene
devorará tus recuerdos.

Nada habrá sido.

lunes, 16 de junio de 2014

El Escritor

Arrastró los pies por el polvo de la habitación hasta caer rendido en la mecedora, junto a la ventana. La luz del ocaso teñía de rojo la vieja madera de la mesa, los libros cuarteados, la pluma y el tintero, la botella de licor y estalló en mil chispas sobre la copa de cristal. De joven podía avistar el mar allí donde el valle moría; ya casi no veía de lejos y las lluvias de demasiados otoños habían dejado translúcidos los cristales. Su mano temblorosa agarró el libro más cercano y lo abrió por donde el marcador de corteza de sauce dormía. Las letras no eran más que borrones sobre un fondo amarillento; conocía cada palabra, cada letra, cada punto de ese libro que había escrito hacía una vida, toda la vida. Tomó la pluma de ganso, la mojó en tinta y comenzó a escribir.

La suya había sido una vida plena. Creador de miles de aventuras que sólo los más intrépidos osaban soñar. Asesino de dioses, amante de espíritus sencillos. Arquitecto, guerrero, artesano o filósofo... Llegaba a su fin y no sentía pena por él sino por las historias que se quedarían sin narrar para perderse en una noche sin estrellas.

Llegaba la hora, la noche se comía sus ojos. Los cerró, se reclinó y comenzó a mecerse sin soltar el libro hasta que éste cayó al suelo. La mecedora bailó un par de veces más hasta detenerse para siempre. Silencio y oscuridad. Nada.

 

Sara abrió los ojos y se estiró con un sonoro bostezo. Había dormido como nunca en años. Y aunque sólo evocaba leves pinceladas de sus sueños, sabía que habían sido maravillosos. No recordaba nada de El Escritor.

domingo, 15 de junio de 2014

Océanos

Dicen los sabios que los ángeles lloraron durante eones porque la tierra estaba seca y yerma y los hombres no podían comer y beber de ella y sucumbían de hambre y sed. La Madre los creaba y ellos morían y volvían al polvo seco que el viento arrastraba a las estrellas. Los ángeles lloraron hasta llenar los océanos.

Y con ellos llegó La Vida, las plantas, los peces, las aves y los animales. Y los hombres vivieron gracias al dios que envió a los ángeles.

Pero yo sé que no fue así. Que la tierra estaba seca y yerma y nada crecía en ella. Que los hombres nacían de los hombres y durante eones araron la tierra, la plantaron, la limpiaron y la amaron. Y fue el sudor de los hombres el que, gota a gota, llenó los océanos y trajo La Vida, las plantas, las aves y los animales. Y el hombre vivió gracias al hombre.

Pero se olvidó de La Tierra.

Y son las lágrimas de los hombres las que, insuficientes, se escurren agonizantes hacia la fétida ciénaga que una vez fue océano.

Gotas de vida

Una gota de agua.
Sólo una gota de agua.
Y otra.
Y otra.
Y otra.
Que caían en el polvo del desierto de Atacama.

Lucio había conducido toda la noche hasta que tras las primeras luces del alba el cielo parió al sol sobre la carretera. Y todo se volvió rojo sangre, rojo tierra, rojo polvo y rojo muerte. El camión cisterna yacía a un lado de la carretera. En uno de sus lados, una grieta. Goteaba.

La tierra se bebía el agua, la vida. Gota a gota, las semillas sedientas se saciaban y su interior se hinchaba como un vientre fecundado por borbotones de lluvia blanca.

Se llevaron el camión y la tierra parió al día siguiente. Brotes verdes, azules, rosas y amarillos que se recortaban sobre el rojo. Un oasis de vida donde hubo muerte.

viernes, 13 de junio de 2014

Devoradores de libros

La luz que entraba por los ventanales de la biblioteca mostraba montones de libros arrojados entre las estanterías de viejas maderas nobles. Una figura acuclillada hojeaba encorvada un volumen. Un rato después lo tiró al montón más cercano y cogió otro libro.

Durante lo que consideró más o menos una hora estuvo observando a la extraña figura. Doce o trece libros siguieron la suerte del primero. Un espécimen de Devorador de libros. El primero que observaba vivo. Inició el acercamiento: pasos lentos, las manos con las palmas hacia arriba, la mirada huidiza pero insistente... Logró establecer un nexo mental fuerte e inció la comunicación.

Antes de sacrificarla de un disparo (destrozaban todo tipo de bibliotecas y, en las más luminosas, se reproducían) le arrancó una inquietante explicación:

Sólo buscaban la sabiduría que se escondía en los libros.

jueves, 12 de junio de 2014

Blanco y azul

Aquel viejo botón blanco y azul era el único objeto que tenía de aquel padre que nunca consiguió recordar. Casi siempre lo llevaba en un bolsillo del pantalón o en la mano o en la mano dentro del bolsillo.

La víspera de nochebuena atravesó el parque a eso de las once y media de la noche. Nunca lo hacía pero el último autobús no esperaría. Aunque iluminado, el parque era un lugar no ya tétrico, sino peligroso. Llegó al lago y comenzó a bordearlo en sentido contrario a las agujas del reloj. De la sombra azabache del quiosco salieron tres figuras que le rodearon.

Brilló la luna en el acero y la sangre negra se la bebió la arena.

Dos sombras se alejaron como nubes en una noche cerrada, repartidos los despojos. El tercero, miraba en su palma abierta el viejo botón blanco y azul, idéntico al que le faltaba a la chaqueta que llevaba.

miércoles, 11 de junio de 2014

A golpes de pluma

No existían ya muchos escritores que pudieran comprender lo que pretendía. Y ciertamente ninguno lo aprobaría. Armado solamente con su pluma, acababa con todos ellos; aniquilados por su pericia, dejaban de escribir para siempre y se hundían en el olvido.

Había empezado un par de años atrás nada más, con una vieja máquina de escribir comprada en un mercadillo. No era una Underwood ni una Remington ni una Corona. Ni siquiera una destartalada Olimpia. Tenía aspecto de imitación del nunca comercializado modelo de Olivetti "Fea de cojones", construida en algún país del este, y la chapa con la marca se había perdido en medio de algún lejano año para alivio del vendedor. Romanticismo en estado puro. Con ella perpetró sus primeras obras, feas de cojones, como la máquina. Y, aunque bohemia, no le resultaba útil. Sería el mejor escritor de su país. Y con la máquina no podía.

Tras meses de probar y descartar útiles de escritura quedó prendado de la pluma de uno de sus escritores favoritos, recientemente fallecido. La perfección hecha filigrana de metal, carey y tinta. La extensión perfecta de su ego, de su obra, de su don. Podía llevarla consigo a cualquier lugar, utilizarla en el tren, en barco, en avión, en un bar o en la calle. Incluso en una ocasión, en la cola para entrar en la ópera. Nabucco.

Poco a poco se fue haciendo un hueco en el mundo literario. Nadie conocía su rostro, sólo su implacable obra que purificaba la blasfemia mercantilística de la literatura contemporánea. Inexorable, revelaba los pecados de cada escritor, su inmundicia. Y, a continuación, lo destrozaba con certeros golpes de su afilada pluma.

Pero no lo consiguió. El infumable Sancho Dragón firmaba ejemplares de su última ventosidad cerebral. Los negros ojillos hundidos en su rostro apergaminado saltaban nerviosos de un libro al siguiente libro mientras farfullaba lo que podría perfectamente ser un insulto -obviamente merecido- a cualquier imbécil que hubiera comprado su libro. Cuando le llegó el turno, sacó la pluma y se abalanzó sobre la yugular de Sancho Dragón, clavándola una y otra vez en cuero seco hasta que partió el plumín y con él su arma justiciera. Fue reducido por los policías de paisano que se hacían pasar por clientes del centro comercial.

 

Por los más de cincuenta asesinatos de escritores fue condenado a cinco años y un día a pesar de los atenuantes artísticos por defensa propia. La jueza le expresó públicamente su simpatía a título personal pero no pudo lograr la libre absolución por culpa del abogado de oficio que le había correspondido, lector asiduo de Juana Rosa Quintero, Morris Aguirre o Pinar Urano entre otros.

martes, 10 de junio de 2014

Mentira piadosa

Aquella mentira le acompañaba cada noche como un gato en una habitación oscura. Mentira piadosa se llamaba, una adorable gatita de ojos aún lechosos cuando la hizo suya, destetada pero aún inocente y juguetona.

Al principio dormía a todas horas en un cestito de esparto con una manta de cuadros. Dormía y comía y cagaba y entre comida y caca, dormía. Eran días felices ya que Mentira piadosa le hacía feliz con su presencia, con su calor, con su dulce dormir. Se echaría en el sofá y la colocaría en su regazo, acariciando a Mentira piadosa hasta quedarse ambas dormidas de pura felicidad.

Un día, al entrar en casa, vio el cesto vacío. La ventana abierta. El corazón quería trepar por su tráquea y salir corriendo por la boca, tropezando en su campanilla y provocándole arcadas. Entonces vio a Mentira piadosa en el alféizar de la ventana, mirando con curiosidad un mundo que quería conocer. Se acercó a ella, la recogió con cuidado y miró a su alrededor. Nadie había reparado en ella. De ese momento en adelante, tendría más cuidado: Mentira piadosa quería salir fuera a conocer. A conocer lo que fuera. Pero fuera.

Cada día se iba de casa con miedo a que Mentira piadosa se escapase y alguien la encontrara y se le vendría el mundo encima. Ya era una gata adulta. Y con la madurez llegaron los escarceos nocturnos. Se despertaría en mitad de la noche para ver la silueta de Mentira piadosa recortada contra la ventana, observándola. O iría medio sonámbula al baño para tropezar con ella en el pasillo y se le cruzara con un bufido. Pero lo peor era cuando llegaban visitas y tenía que esconderla en su habitación. Tenía miedo de dejar pasar a alguien hasta lo más profundo de su casa y que se encontrara de bruces con Mentira piadosa. Cada vez invitaba a menos gente a su hogar y no les dejaba llegar muy adentro.

Mentira le tenía de los nervios. Le había cambiado su nombre cursi por uno más adecuado. Mentira empezaba a afectar a su salud física y mental. Cada vez dormía peor, tenía miedo de lo que Mentira pudiera hacerle y, peor aún, de que se escapase definitivamente. Le saltaba sobre la cabeza en mitad de la noche, tenía la casa casi clausurada y sus amigos, su familia, su pareja, sabían que algo andaba mal y la estaba destrozando.

Comenzó a tomar ansiolíticos y Mentira se tranquilizó. Seguía siendo un gato del demonio pero andaba más tranquila por la casa y le dejaba dormir mejor. Tanto que un día de verano, sofocante, se dejó la ventana abierta.

Mentira había salido. Para siempre.

A la mañana sonó el timbre. Su novio traía a Mentira en brazos. El rostro desencajado tratando de mantener la compostura.

El gato saltó y se fue corriendo a la cesta donde aún se leía rotulado Mentira piadosaMentira se cagó en el cesto y ella habría jurado que la miró riéndose antes de saltar de nuevo los brazos de su ex.

lunes, 9 de junio de 2014

Putas

 Era un no-tan-joven gordo, medio calvo y de piel grasienta que toda la vida persiguió ser bello. Desde la adolescencia trató de ser quien no era; salía a correr después de estudiar, ahorraba para comprarse ropa con la que ser aceptado -querido-, intentaba sobreponerse a la vergüenza que sentía ante las mujeres a base de tartamudeos primero, de alcohol después. En dos ocasiones sintió que podía llegar al corazón de una chica, a sus bragas. La inseguridad que le daba su cuerpo hacía que sus esperanzas desaparecieran como el agua de las tormentas en verano.

Se follaba a miles de mujeres: mujeres inaccesibles para la mayoría de los hombres, mujeres corrientes; chicas jóvenes y otras en el otoño de sus vidas; de clase media, clase baja, de la nobleza. Daba igual su estado civil. Para casi todas era un secreto que les permitía estar en contacto con una parte de sí mismas que deseaba mandarlo todo a la mierda y disfrutar de su lado animal, instintivo, hormonal.

La punta de su lengua subiría desde el hombro sobre el tenue vello erizado, recorrería la línea de la mandíbula y se detendría en el lóbulo de una oreja que olía a perfume y excitación. Su respiración se derramaría unos instantes en el oído, casi jadeante, y después la lengua recorrería el nacimiento del pelo hasta la base de la nuca donde se fundiría con los labios en un beso húmedo, ardiente. Mordiscos con dientes y labios en el cuello y hombros mientras las yemas de sus dedos arrastrarían sus manos en lentos movimientos circulares, juguetones, hacia unos pechos que subían y bajaban al ritmo de una respiración entrecortada, acelerada.

La mujer cerraría los ojos y se mordería el labio inferior cuando los labios de él apretaran sus pezones y se endurecerían y humedecerían con el juego de su lengua mientras sus manos entrecruzarían sus dedos en un pulso sin perdedores. Sin soltar las manos, le separaría las piernas con las suyas, le miraría a a los ojos y su lengua bajaría serpenteando hacia el ombligo. Una sucesión de leves mordiscos y lametones acercaría su boca hacia el monte de venus donde su boca haría presa y su lengua se detendría rozando el pliegue del clítoris hasta que una mirada, un gemido, un temblor le suplicaran que se fundiera de una vez con su coño en una orgía de lengua, labios, flujos, orgasmos...

Aún así sentía una soledad infinita. Cambiaría todos esos momentos por un abrazo sincero, por unos labios que besaran de verdad su boca donde fundieran sus respiraciones... Miró desde la distancia a la preciosa pelirroja que se acercaba con una sonrisa enorme y un libro a la mesa donde Lucy Lorraine firmaba ejemplares de su última novela erótica.

No aguantaba más, salió a la calle a fumarse un cigarrillo. Puto agente literario, puto marketing y putas las madres de cada una de las madres putas de todos los hijos de puta del grupo editorial. "Que mejor publicara las novelas bajo seudónimo femenino, que con su foto en la contraportada no se vendería nada".

domingo, 8 de junio de 2014

Susurros

Johnny cogió su fusil le había decepcionado un poco. El guión era un alud de sensaciones y pensamientos que arrasaban los cimientos de muchos prejuicios que ni sabía que tenía. La dirección parecía una parodia de las películas alemanas de los años veinte del siglo pasado. Se diluía su fuerza.

Hacía ya tres o cuatro años de eso. Unos meses antes del accidente que le había roto de media espalda para abajo. Nunca había sido deportista hasta que la paraplejia se iluminaba con letras de neón cada mañana nada más abrir los ojos. Un accidente por hacer el gilipollas. Un recordatorio eterno e irreversible de su imbecilidad.

No es que siguiera amargado, es que aumentaba su cabreo con cada puto día que pasaba viendo caras de compasión. Deseaba que la gente le recordara lo gilipollas que había sido y que era él, y sólo él, quien podía mover el culo -los brazos- y darle sentido a su vida. Pero no. Pobrecito. Mierda pa todos y para él la más grande.

El ejército invasor había tardado cuatro o cinco días en ocupar el país. Sin luz ni médicos ni otros trabajadores la residencia había quedado llena de futuros cadáveres sentados y tumbados en hierros con ruedas. No valía la pena gastar balas ni esfuerzo en aniquilar a esos cachos de carne autoinsuficientes.

Los primeros cadáveres ya diseminaban su pútrido interior licuefactado por toda la residencia cuando apareció. Una figura delgada, femenina, que llegó un mediodía a las rejas de la entrada y se dirigió hacia él sin titubear. Un rato después se había llevado su miedo a un lugar donde nunca lo recuperaría.

No era el agua ni la fruta pelada y limpia. No eran los paseos por los jardines hasta el río, hasta la noche, hasta el alba. Era la no-soledad que le rodeaba incesante desde que ella apareció. Las palabras que le susurraba en un idioma que no entendía pero cuyo significado era diáfano.

Llegó el final de sus días y ella seguía allí, una vida después. Nunca entendió la forma de su lenguaje, sí su contenido. La miró una vez más a ese rostro sin rostro que había aprendido a amar y cerró los ojos para siempre.

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El motorista se desangraba al pie del guardarraíl. Una pierna doblada en una sucesión de ángulos imposibles. La otra a unas decenas de metros. Matrícula extranjera, de fuera de Asia, probablemente de algún país de Europa. La ambulancia llegaría tarde. Dejó el coche como barricada y se arrodilló junto al hombre. Los ojos del motorista se movían rápidamente, estaba soñando. Le agarró la mano y se tumbó a su lado, cabeza con cabeza. Le susurró que no estaba solo, que no debía tener miedo. Que la vida no era más que una parte de la existencia, que nada moría nunca del todo.

Siguió hablándole hasta que los ojos del hombre dejaron de moverse, al igual que su pecho. Le soltó la mano, le acarició el pelo y se levantó a esperar.

sábado, 7 de junio de 2014

Perfecto

 

-Bueno; un día más -sonriendo-. Nos vemos mañana.

Guiñó un ojo a su compañera en plan peliculero al cerrar la puerta de la cabina tras salir. Quedó forzado, como siempre. Pero no quería darse cuenta y a nadie más le importaba.

Su vida consistía en turnos de 12 horas de vigilante de una central mediana de provincias aún por inaugurar. Cotizaba por seis y le pagaban las otras en negro. No era mal trabajo comparado con las últimas mierdas. Y mucho mejor que seguir sin trabajo. El resto del día dormía, hacía la compra, descansaba, salía a correr, a tomar algo...

Si le echaba muchas horas pronto le quedaría un dinerillo ahorrado, no mucho pero suficiente para largarse a la aventura y empezar una nueva vida en otro lugar. "En un país de verdad" solía decir acompañado de amigos y botellines. Allí trabajaría en algo a tiempo parcial y escribiría la gran obra de teatro que tenía en mente y que cambiaría la concepción de las artes escénicas de la segunda década del siglo XXI. Ahora simplemente estaba agotado. No era el tiempo de escribir cualquier mierda por escribir.

Tras la celebración de su quincuagésimo cumpleaños con sus empleados meditaba de vuelta a casa al volante de su Mercedes. Ya eran cinco en plantilla y a su empresa no le podía ir yendo mejor. Hacía años que no le preocupaba llegar a fin de mes ni se pensaba dos veces comprar algo o comer en un restaurante cuando le apetecía. Podía hacerlo y tampoco era un manirroto. Su obra seguía madurando en su cabeza; cada vez tenía más detalles, mayor profundidad. Tocaba cada gran pregunta existencial, afloraba los miedos e incertidumbres atávicas del ser humano. En breve se tomaría un año sabático y la vomitaría y le daría forma. La madurez de haber pasado el ecuador de la vida impregnaba de dulces y acres aromas añejos las palabras que pronto escribiría. Menos mal que no la había escrito aún, habría sido algo demasiado sencillo y naíf. Mucho mejor así.

Durante su entierro observó a quienes le lloraban. Podía ver en las almas de las personas y sí que había sido un hombre querido. Casi ochenta años y dejaba un pequeño imperio industrial que sus descendientes mantendrían vivo. Sería recordado como un gran hombre, indudablemente.

Y, sin embargo, su alma partió a la otra vida llena de congoja cuando se despidió del cuaderno amarilleado que yacía virgen en un cajón de su escritorio.

Atlas

Atlas sollozaba en el suelo. El mundo había caído de sus hombros y yacía partido en trozos grotescos de lo que una vez había sido. Sus lágrimas formaban un reguero de pena entre las estrellas; no quería competir con el dejado por Juno eones atrás. Quería morir.

En algún momento se levantó y miró a su alrededor. Un mundo formado por decenas de dimensiones que un mortal jamás podría entender. La Tierra, un pedazo de nada roto a su alrededor.

Comprendió.

Ahora podía elegir. Y el mundo se volvió pesado.

Ecos

Las telarañas hacía tiempo que habían quedado vacías.

Los fantasmas de mi infancia vagaban por la casa buscando los ecos de los juegos que nunca fueron jugados. Las paredes descarnadas mostraban las marcas de los muebles; la tarima del suelo había sido comida por carcomas y zapatos de compradores que nunca consumaron.

Era consciente de haber muerto pero nunca estuve vivo. Esas paredes encerraban un dolor que trascendía a la muerte, a la vida. A mi muerte, a mi vida.

Volví a la fosa del patio donde aún descansaban los huesos de las decenas que niños que allí fuimos sepultados.

viernes, 6 de junio de 2014

Un mordisco

El sol recién nacido se partía en mil pedazos en las gotas de rocío que cubrían la manzana. Una manzana del color de la sangre en un mar verde de hojas y frutos sin madurar.

El mundo era un lugar hermoso entonces, sin hombres, sin dioses. Sólo el ordenado caos de la vida medrando en una ínfima pelota de rocas que vagaba por el universo dando vueltas alrededor de su estrella. Un todo en la nada.

Así se imaginaba el mundo Uriel mientras sujetaba la manzana entre sus dedos y rompía su belleza de un mordisco.

sábado, 10 de mayo de 2014

1/2

No sé si la noche es la hermana mayor que nunca tuve o el peor de mis amigos: hace que me sienta solo cuando hago aquello que sé que debo hacer y me mordisquea el cuello cuando hago lo que mi cerebro grita que no haga mientras mis cojones han tomado el control.

En cuatro horas hará medio año que murió una de las personas más maravillosas que he conocido en mi vida. Probablemente, sea la primera cuyo rostro aprendí a reconocer. Aprendí mucho de mi padre, soy quien soy en gran parte por él. No es un convencionalismo. Helio, el Sol. Él me enseñó a amar, a respetar,a aceptar al prójimo, a perdonar. Virtud, rectitud.

Fui/soy un Atlas que no puede ver porque las lágrimas se lo impiden. Un titán que no sufre por el peso del mundo; un titán que quiere caminar por un bosque de noche y salir a un claro a mirar las estrellas y dejar que el niño que siempre ha sido se pregunte las preguntas que sabe que no tienen respuesta.

Quiero verte en las estrellas, no en el sol.

lunes, 24 de febrero de 2014

Feliz cumpleaños

Hoy habrías cumplido 79 años. Te fuiste demasiado pronto. Me habría gustado compartir mucho más contigo, poderte haber recogido el testigo de la responsabilidad de la familia de tus manos y regalarte un retiro dorado en el que tu adiós fuera un precioso y lento anochecer. El cáncer trajo la anoche abrupta.

Ahora es Haizea la que se muere de lo mismo que tú, me dieron la noticia el día que cumplí cuatro décadas de vida. Tú tuviste tarde a tus hijos, yo aún no los tengo. Sólo estos dos pequeños que me han acompañado desde que empecé a dejar de soñar que era escritor. En algún momento a finales del siglo pasado debí decidir que soñar era para otros aunque me reservaba el derecho a decir que seguía soñando. En algún momento debí decidir que quería vivir una vida normal, sin estridencias.

Pues no sirvió de nada. Probablemente estoy más cerca de mi muerte que de mi nacimiento pero cada día que pasa algo dentro de mí sigue diciendo que aún estoy a tiempo de que lo que sueño y lo que vivo se entremezcle. Aún sigo sintiendo dolor y alegría con una intensidad que desgarra cada hora que estoy vivo. No estoy hecho para saber cómo va a ser mi vida el año que viene, el mes que viene.

Creo que nunca te hablé de Toron, un sacerdote de Yenom en el que te veo con un cariño que roza el infantilismo. Creo que le habrías cogido mucho cariño si hubieras podido leer Yenom una vez terminada. No será así pero en mi cabeza te veré haciéndolo y sé qué sabrás todo aquello que no digo pero implico.

Haizea se muere y sé que lo sabe porque me dice que siente mi cariño, que sabe que estoy haciendo lo imposible por que el tiempo que le queda lo viva siendo feliz. No puedo hacer nada más por ella y me arde el alma por ello. Tampoco pude hacerlo por ti. Es la mayor cura de humildad que jamás pude soñar. Sólo soy dueño de lo que hago con mi vida.Y da igual que sueñe, reze o haga. El agua de vuestras vidas se escurre entre mis dedos.

Me rodean tus libros en lo que fue tu despacho; ahora es mío y a ratos te lo usurpo y a otros nunca has existido.

Mentira. Sólo te lo usurpo. A ratos.

domingo, 12 de enero de 2014

Gracias



Into the Black Light by Ghost Brigade on Grooveshark

Hace poco más de dos meses que te besé la frente por última vez. Ya tenías los ojos cerrados para siempre pero quiero creer que aún me sentías. No hace mucho que aún daba por hecho que siempre estarías a mi lado, que me verías por fin salir adelante en la vida, que podrías jugar con tus nietos, que podría darte en tu vejez algo de lo mucho que me has dado a lo largo de toda tu vida. Me duele saber que la mayor preocupación que te acompañó las últimas décadas de tu vida fue darme ese algo que me permitiera salir adelante a pesar de mis problemas. Pero no. Te apagaste y te llevaste contigo esa pena.

Quisiera creer que existe un Más Allá desde el que puedes verme y darte cuenta de que algo debió salir bien. De que, de alguna manera, algo ha cambiado y, por primera vez en tantos años que me cuesta acordarme de cómo eran antes las cosas, mi cuerpo y mi mente están recuperándose. Nos caen ostias de todas partes, las cosas están muy jodidas y la situación es angustiosa. Y, sin embargo, sigo luchando por mis sueños desde hace casi dos meses.

Es ilógico creer que estas líneas te llegarán pero son las cosas ilógicas que he hecho en la vida las que más me han llenado. Gracias por luchar por mí todos estos años. Durante mucho tiempo sentí ser una profunda decepción para ti y ahora sé que jamás fue así.

Si hay un "otro lado" espérame, Papá. Si no lo hay, acompáñame el resto de mi existencia, hasta que yo también me apague.

miércoles, 1 de enero de 2014

La caja de galletas



Traveling Alone by Woods Of Ypres on Grooveshark

Hace muchos años que Oiron se emborracha cada noche como si fuera la última y acaba despierto entre sus vómitos resecos en un callejón. Gorna forja a Yenom y el último de los Tar-Gornak se lo entrega a Oiron junto al río que lo purifica.

La historia se repite y el narrador se mete las manos en los bolsillos y murmura que sí, que las cosas van a cambiar y que se está quitando de no hacer nada.


Hace años también que yo me puse a prueba en otro blog para ver si era escritor o sólo un mierda con ínfulas de semimierda. Resultó que algo dentro de mí respondió con creces a mis mierdos y pude ver que, a pesar de todas las personas que me llenaban la cabeza de buenas intenciones, era en la vida escritor.

Eso sí, un escritor cuyo humano era bastante defectuoso. Un humano que desde pequeño se metió muchas ostias y recibió otras tantas y le sobraban piezas cuando trataba de repararse. Y que trató siempre de hacerlo por sí mismo.

En noviembre de 2013 ese humano tuvo ocho días para cuidar del árbol fuerte bajo cuya sombra creció y a quien quiso parecerse desde que era un retoño recién brotado. Luego tuvo dos para despedirse. Supo que era un arce.


En estos casi dos meses he sacado la caja de galletas en la que guardaba esas piezas y he vuelto a abrir mi cabeza. Duele y es difícil pero es imposible rendirme. He logrado encajar la mayoría. No he vuelto a guardar el resto. He vivido media vida siendo mitad persona, mitad miedo a no ser querido; añoro sentir que soy un hombre que mira algo en el horizonte que los demás no pueden ver.


Esta noche Oiron tiene otros sueños distintos.