sábado, 12 de enero de 2013

Lejanía

Las teclas tenían círculos de mugre alrededor de las letras. Era bastante asqueroso. Su nuevo destino. Por la ventana los churretes dejaban entrever el mar; una bahía plagada de barquitos bordeada por industrias humeantes, luego una zona de marismas y finalmente los edificios de la ciudad a la que iría de permiso un fin de semana al mes. No tenía ni curiosidad por saber cómo eran las putas de allí. Acabaría yendo.

Aún no tenía muy claro qué le había llevado hasta allí, qué pelotas había tenido que tocar. Pero debían haber sido muchas y muy gordas, desde luego. Una mierda de destacamento en una isla o lo que fuera ese pegote de mierda rocosa unido durante la marea baja por un istmo de mierda a una tierra con un paisaje de mierda. Diez gilipollas metidos en un fortín en el culo del mundo a cada cual con una historia más ridícula para justificar su presencia.

Se puso manos a la obra: llevó el petate hasta la cama junto a la puerta de las letrinas -la del novato- y se fue en busca de la cocina, a ver si conseguía algo parecido a un café para acompañarle durante la redacción de la crónica del día.


Miraba desde la cuierta del barco alejarse el que había sido su hogar durante meses. La luz del atardecer pintaba de naranja las piedras del viejo fuerte y le embargaba la añoranza. Lo echaría de menos, al muy cabrón. Al final había sido una experiencia muy gratificante y reveladora vivir esa soledad. Y le había servido para desbloquearse y escribir de nuevo. Aunque los componentes del destacamento de relevo habían parecido horrorizados al descubrir los restos semidevorados y putrefactos de otros nueve soldados.

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