viernes, 6 de junio de 2014

Un mordisco

El sol recién nacido se partía en mil pedazos en las gotas de rocío que cubrían la manzana. Una manzana del color de la sangre en un mar verde de hojas y frutos sin madurar.

El mundo era un lugar hermoso entonces, sin hombres, sin dioses. Sólo el ordenado caos de la vida medrando en una ínfima pelota de rocas que vagaba por el universo dando vueltas alrededor de su estrella. Un todo en la nada.

Así se imaginaba el mundo Uriel mientras sujetaba la manzana entre sus dedos y rompía su belleza de un mordisco.

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