Dicen los sabios que los ángeles lloraron durante eones porque la tierra estaba seca y yerma y los hombres no podían comer y beber de ella y sucumbían de hambre y sed. La Madre los creaba y ellos morían y volvían al polvo seco que el viento arrastraba a las estrellas. Los ángeles lloraron hasta llenar los océanos.
Y con ellos llegó La Vida, las plantas, los peces, las aves y los animales. Y los hombres vivieron gracias al dios que envió a los ángeles.
Pero yo sé que no fue así. Que la tierra estaba seca y yerma y nada crecía en ella. Que los hombres nacían de los hombres y durante eones araron la tierra, la plantaron, la limpiaron y la amaron. Y fue el sudor de los hombres el que, gota a gota, llenó los océanos y trajo La Vida, las plantas, las aves y los animales. Y el hombre vivió gracias al hombre.
Pero se olvidó de La Tierra.
Y son las lágrimas de los hombres las que, insuficientes, se escurren agonizantes hacia la fétida ciénaga que una vez fue océano.
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