martes, 10 de junio de 2014

Mentira piadosa

Aquella mentira le acompañaba cada noche como un gato en una habitación oscura. Mentira piadosa se llamaba, una adorable gatita de ojos aún lechosos cuando la hizo suya, destetada pero aún inocente y juguetona.

Al principio dormía a todas horas en un cestito de esparto con una manta de cuadros. Dormía y comía y cagaba y entre comida y caca, dormía. Eran días felices ya que Mentira piadosa le hacía feliz con su presencia, con su calor, con su dulce dormir. Se echaría en el sofá y la colocaría en su regazo, acariciando a Mentira piadosa hasta quedarse ambas dormidas de pura felicidad.

Un día, al entrar en casa, vio el cesto vacío. La ventana abierta. El corazón quería trepar por su tráquea y salir corriendo por la boca, tropezando en su campanilla y provocándole arcadas. Entonces vio a Mentira piadosa en el alféizar de la ventana, mirando con curiosidad un mundo que quería conocer. Se acercó a ella, la recogió con cuidado y miró a su alrededor. Nadie había reparado en ella. De ese momento en adelante, tendría más cuidado: Mentira piadosa quería salir fuera a conocer. A conocer lo que fuera. Pero fuera.

Cada día se iba de casa con miedo a que Mentira piadosa se escapase y alguien la encontrara y se le vendría el mundo encima. Ya era una gata adulta. Y con la madurez llegaron los escarceos nocturnos. Se despertaría en mitad de la noche para ver la silueta de Mentira piadosa recortada contra la ventana, observándola. O iría medio sonámbula al baño para tropezar con ella en el pasillo y se le cruzara con un bufido. Pero lo peor era cuando llegaban visitas y tenía que esconderla en su habitación. Tenía miedo de dejar pasar a alguien hasta lo más profundo de su casa y que se encontrara de bruces con Mentira piadosa. Cada vez invitaba a menos gente a su hogar y no les dejaba llegar muy adentro.

Mentira le tenía de los nervios. Le había cambiado su nombre cursi por uno más adecuado. Mentira empezaba a afectar a su salud física y mental. Cada vez dormía peor, tenía miedo de lo que Mentira pudiera hacerle y, peor aún, de que se escapase definitivamente. Le saltaba sobre la cabeza en mitad de la noche, tenía la casa casi clausurada y sus amigos, su familia, su pareja, sabían que algo andaba mal y la estaba destrozando.

Comenzó a tomar ansiolíticos y Mentira se tranquilizó. Seguía siendo un gato del demonio pero andaba más tranquila por la casa y le dejaba dormir mejor. Tanto que un día de verano, sofocante, se dejó la ventana abierta.

Mentira había salido. Para siempre.

A la mañana sonó el timbre. Su novio traía a Mentira en brazos. El rostro desencajado tratando de mantener la compostura.

El gato saltó y se fue corriendo a la cesta donde aún se leía rotulado Mentira piadosaMentira se cagó en el cesto y ella habría jurado que la miró riéndose antes de saltar de nuevo los brazos de su ex.

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