lunes, 9 de junio de 2014

Putas

 Era un no-tan-joven gordo, medio calvo y de piel grasienta que toda la vida persiguió ser bello. Desde la adolescencia trató de ser quien no era; salía a correr después de estudiar, ahorraba para comprarse ropa con la que ser aceptado -querido-, intentaba sobreponerse a la vergüenza que sentía ante las mujeres a base de tartamudeos primero, de alcohol después. En dos ocasiones sintió que podía llegar al corazón de una chica, a sus bragas. La inseguridad que le daba su cuerpo hacía que sus esperanzas desaparecieran como el agua de las tormentas en verano.

Se follaba a miles de mujeres: mujeres inaccesibles para la mayoría de los hombres, mujeres corrientes; chicas jóvenes y otras en el otoño de sus vidas; de clase media, clase baja, de la nobleza. Daba igual su estado civil. Para casi todas era un secreto que les permitía estar en contacto con una parte de sí mismas que deseaba mandarlo todo a la mierda y disfrutar de su lado animal, instintivo, hormonal.

La punta de su lengua subiría desde el hombro sobre el tenue vello erizado, recorrería la línea de la mandíbula y se detendría en el lóbulo de una oreja que olía a perfume y excitación. Su respiración se derramaría unos instantes en el oído, casi jadeante, y después la lengua recorrería el nacimiento del pelo hasta la base de la nuca donde se fundiría con los labios en un beso húmedo, ardiente. Mordiscos con dientes y labios en el cuello y hombros mientras las yemas de sus dedos arrastrarían sus manos en lentos movimientos circulares, juguetones, hacia unos pechos que subían y bajaban al ritmo de una respiración entrecortada, acelerada.

La mujer cerraría los ojos y se mordería el labio inferior cuando los labios de él apretaran sus pezones y se endurecerían y humedecerían con el juego de su lengua mientras sus manos entrecruzarían sus dedos en un pulso sin perdedores. Sin soltar las manos, le separaría las piernas con las suyas, le miraría a a los ojos y su lengua bajaría serpenteando hacia el ombligo. Una sucesión de leves mordiscos y lametones acercaría su boca hacia el monte de venus donde su boca haría presa y su lengua se detendría rozando el pliegue del clítoris hasta que una mirada, un gemido, un temblor le suplicaran que se fundiera de una vez con su coño en una orgía de lengua, labios, flujos, orgasmos...

Aún así sentía una soledad infinita. Cambiaría todos esos momentos por un abrazo sincero, por unos labios que besaran de verdad su boca donde fundieran sus respiraciones... Miró desde la distancia a la preciosa pelirroja que se acercaba con una sonrisa enorme y un libro a la mesa donde Lucy Lorraine firmaba ejemplares de su última novela erótica.

No aguantaba más, salió a la calle a fumarse un cigarrillo. Puto agente literario, puto marketing y putas las madres de cada una de las madres putas de todos los hijos de puta del grupo editorial. "Que mejor publicara las novelas bajo seudónimo femenino, que con su foto en la contraportada no se vendería nada".

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