jueves, 20 de diciembre de 2012

Prisueño

Menos de tres días para volver a casa. Durante las vacaciones los últimos días siempre se aceleraban y desaparecían sin dejar rastro. Y eso que trataba de aprovecharlos pero, irremediablemente, se iban. Solía darse cuenta del día que caía en mitad de las vacaciones y entonces pensaba en lo que había hecho de momento, en lo que le quedaba por hacer y siempre se quedaba con la impresión de que ya casi casi les tocaba volver.

La vida no tenía por qué ser así. Estudiando o trabajando todo el año para descansar un poco los fines de semana (y había discusiones en casa) y para tener unas pocas vacaciones en invierno y en verano. Cuando era pequeño, todo parecía interesante y las horas pasaban muy despacio. Cada recreo en la guardería era una aventura en la que descubría algo nuevo: un hormiguero, un agujerito en el cemento entre los ladrillos en el que meter un palito, una rama llena de hojas amarillas en vez de verdes, una zona descascarillada en el tobogán donde meter la uña y levantar la pintura... Cada viernes ponían en la tele sus dibujos favoritos y entre capítulo y capítulo pasaba siempre una vida.

Ahora, sin llegar a ser viejo había días que quería que acabaran, que llegara ya el fin de semana para perderlo. El tiempo ya no era una cosa desconocida a la que no hacía caso y que por eso, ni existía. El tiempo había pasado a ser algo incómodo que tratar de apartar de la manera menos traumática posible o que conseguir a toda costa en el momento menos adecuado.


A este que escribe le falta tiempo hoy para seguir...

1 comentario :

  1. Bueno, lo importante es que no te falten las ganas de seguir. Al fin y al cabo, si se quiere se puede sacar tiempo hasta de debajo de las piedras ;)

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