sábado, 22 de diciembre de 2012

Introspectiva

Encendió tres velitas y metió una moneda en la hucha. Se quedó mirando en silencio las llamas unos minutos y luego arrastró los pies hacia la puerta de la iglesia y, ya bajo el dintel, se giró hacia el altar, bajó la cabeza y murmuró unas palabras que ya no le significaban nada.

Fuera era de noche y la luna casi llena se asomaba sobre los muros de piedra que encajaban al río en la hoz. El olor del sándalo del templo se perdía en el aroma de la tierra mojada. El murmullo de sus aguas negras, el del viento entre las hojas de los sauces y los álamos, el ulular entre los árboles, sí que tenía sentido.

Otros peregrinos ocupaban la pequeña explanada en un silencioso ir y venir. Pero no se escuchaba una sola palabra que saliera de boca humana. Esa noche, sólo la naturaleza hablaba.

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