viernes, 14 de diciembre de 2012

Recuerdos de la infancia

Desde que era pequeña le fascinaban las frutas de plástico. No había frutero de adorno a su alcance al que no le faltaran cerezas sin rabito, limones con intentos de corte, melocotones con calvas en las pelusas o uvas remasticadas fuera del racimo.

Al igual que el tema de los Reyes Magos o el Ratoncito Pérez, hubo un día muy concreto en su vida en el que todo cambió -para mal- cuando se enteró de que no eran frutas mágicas y muy especiales cuyo secreto sólo conocía ella sino algo que se vendía -y muy barato- en bazares o en tiendas cercanas a la frontera, cerca de los manteles y los servilleteros. Y entonces su interés, su pasión por las frutas de plástico, se rompió en mil pedazos que el trajín de su día a día se encargó de terminar de pisotear y perder en el olvido.

Unos años después sus pechos comenzaban a hincharse y la vergüenza de que la vieran desnuda en su casa crecía a la par de su vello púbico. No recordaba cómo lo había descubierto pero le gustaba muchísimo tocarse entre las piernas cuando se acostaba por las noches, cuando se duchaba o incluso cuando volvían de algún viaje ya de noche, tumbada en el asiento de atrás del coche, hacía como que dormía y su mano encontraba sus bragas calientes y mojadas.

Sus padres cada vez la comprendían menos, vivían en otra época, no sabían lo que realmente era importante en la vida. Conoció al poco de pasar del colegio al instituto a un chico perfecto y supo que su amor iba a ser eterno. Los mayores siempre creían que tenían razón en todo pero es que ellos nunca habían encontrado a su pareja ideal. Vivirían siempre juntos y tendrían muchos hijos y un chalet para que pudieran jugar en el jardín. El cumpleaños en el que se escondieron los dos debajo de la cama de sus padres jugando al escondite y él la beso fue el mejor de su vida.

La verdad es que era guapa y se metía horas de gimnasio pero estaba un poco harta de beber todos los fines de semana y haberse ya follado a la mitad de los colegas. Los tíos se corrían en cuanto se la metían y movían un par de veces el culo y las tías con las que había estado iban más a comerse los coños. Siempre tenía que tocarse después para poderse dormir.

Sabía que no era frígida, se corría varias veces seguidas cuando se tocaba pero con otras personas no había manera. Estuvo a punto tres o cuatro veces pero al final se corrían antes o se movían de una manera mecánica, como si estuvieran pensando en otra cosa en vez de estar ahí follando con ella.

Al menos tenía curro para seguir pagando el alquiler después de echar de casa al puto cabrón de mierda de su novio. La convivencia era buena y él compartía las tareas de casa pero ver y oír a la vecina del B gritando como una puta cerda en el matadero mientras él se la follaba a cuatro patas en el sofá del salón le había jodido bastante. En el par de minutos que aguantó mirando en silencio desde el pasillo la muy zorra se corrió tres veces.

Para su primer cuarto de siglo de vida quería regalarse algo especial. La vida estaba siendo bastante mierda los últimos meses y necesitaba algo que le levantara el ánimo. Entre tienda y tienda de ropa vintage y complementos llegó a un escaparate donde un frutero con frutas de plástico descansaba entre un Telesketch y un Simon. Se le iluminó la sonrisa y entró a comprar el mejor regalo del universo.

Tras la minifiesta con los amigos -era martes- no se fue a la cama sola. Perdió la cuenta de los orgasmos que tuvo. Y sin tener que andar tocándose el clítoris como de costumbre.

Cuando se despertó por la mañana aún tenía el plátano de plástico asomando de su coño.

No hay comentarios :

Publicar un comentario