lunes, 17 de diciembre de 2012

Remoto

La fruta era lo único que podía comer, el resto de cosas tenía un aspecto bastante horrible y el olor de las especias era tan fuerte que podía estar perfectamente comiendo carne podrida que no sería capaz de notarlo en el sabor. Las verduras y las hortalizas estarían regadas con las aguas de esa cosa que discurría por la linde de la finca; los albaricoqueros, granados e higueras ocupaban la parte más alta de la finca y sólo bebían agua de lluvia. Hoy comía higos y albaricoques (que estaban un poco ácidos y duros).

El campamento se suponía secreto y, aunque en su día se asentó con carácter provisional, el emplazamiento era tan bueno que se quedó como definitivo. No se explicaba cómo podía seguir siendo secreto -es decir, seguro- cuando tanta gente lo conocía, pero en los casi ocho meses que llevaba en él nunca había sucedido nada alarmante.

Y no podía hacer que cambiara puesto que, desde hacía casi ocho meses, no tenía cobertura para enviar las coordenadas para el bombardeo al comandante.

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