jueves, 13 de diciembre de 2012

Agua

No hacía viento y las pocas espigas que habían sobrevivido a las granizadas semanas atrás ahora se agostaban bajo un sol cruel que imponía su silencio incluso a las cigarras. Todo estaba quieto salvo el horizonte que bailaba achicharrado en todas direcciones.

En la cuneta del camino se encontraba cuerpos carbonizados, desollados, destripados, mutilados o devorados por los animales. Cuerpos uniformados de gris o de rojo, cuerpos desnudos, cuerpos con ropas de noble o de campesino humilde, restos de caballo, perro, oveja.

Se pasó la lengua por los labios resecos pero sólo fue roce de cuero contra cuero. A sus cuarenta y pocos años tenía la piel de un anciano curtido por el sol. Y un alma aún más vieja y cansada. De sus ropas escapaba un hedor entre a vinagre, queso azul y muerte. Nunca había sido muy dado al baño; esta vez se habría peleado con el mismísimo rey y su guardia de honor por disfrutar de uno. Por el agua. Por el olor. Por las pústulas y ampollas que tanto escocían.

Acampó a la sombra de unos riscos cuando el sol ya casi rozaba el horizonte. Necesitaba descansar. Un rato, una noche. Descansar.

Se despertó empapado en plena noche; la lluvia lamía su cara, su torso, sus piernas. Trepó sobre una roca para otear la oscuridad y no ver nada. Seguía lloviendo. Echó la cabeza hacia atrás y abrió la boca hacia el cielo para aplacar poco a poco la sed.

Lo había conseguido, había sobrevivido. Todos los demás habían muerto antes de llegar tan lejos. Bajó de un salto, resbaló y sus lágrimas se juntaron con su sangre mientras su mirada se apagaba para siempre.

2 comentarios :

  1. Este relato me parece genial en todos los aspectos. Gracias por dejarnos disfrutar de tu particular manera de ver el mundo, muñeco.

    :*

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  2. Mis relatos sólo son cuando se leen. Me siento afortunado de poder compartirlos. De nuevo.

    :*

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