domingo, 30 de diciembre de 2012

Rutina

Lo que menos le apetecía hacer en ese momento era ponerse la chaqueta, la gorra y los guantes y salir de la garita a hacer una ronda. Había dejado de nevar en la última media hora y las nubes de plomo habían dado paso a una luna que llenaba el cielo e iluminaba todo en blanco o negro. Antes de salir apoyó su mano enguantada en el hombro de su compañera de guardia y ésta le dijo que le fuera leve.

Soplaba un viento que a ratos aullaba y le acuchillaba las orejas y la cara y se le metía por el bajo de los pantalones pierna arriba. La nieve en polvo se movía en remolinos de la altura de un niño por el patio vacío y los dos perros le miraban con las orejas tiesas desde las profundidades de su caseta.

Le gustaba mucho el crujir de la nieve bajo sus botas; pisadas amortiguadas que llegaban a un punto en el que la nieve cedía y crujía. Algo blando y rígido a la vez. Agradable y grimoso. Como arrancarse muy poco a poco la costra de una herida que pica y que aún no ha cicatrizado del todo.

Aunque su compañera tenía una conversación bastante agradable e interesante tendía a hablar a todas horas y bajo toda circunstancia. Era de esas personas que no saben o que tienen terror a permanecer en silencio en presencia de otro. Y él se sentía bastante lobo estepario. No quería darle un corte ni parecer borde; sentía que era por su manera de ser y no por que ella hablase demasiado.

Entró en el almacén y cerró la puerta tras de sí. Sólo estaban encendidos los fluorescentes de las intersecciones de los pasillos y eso le daba un toque a película de acción que le encantaba: estantes y cajas y gente acechándose entre ellos y con los sentidos agudizados por la adrenalina. Lo contrario a su trabajo, vaya. Tosió y el eco reverberó durante unos segundos hasta dejar la nave de nuevo sumida en el silencio.

Desandó el camino a la garita. A través de los cristales podía ver a su compañera leer una revista. En fin, en cuanto entrara seguramente la dejaría a un lado y se pondría a hablar de nuevo. Era un trabajo tranquilo y suficientemente bien pagado, no se podía quejar.

Un par de cajas se abrían desde dentro bajo la luz de los fluorescentes en el almacén.


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