domingo, 16 de diciembre de 2012

Lucha

A través de las cortinas llegaban amortiguadas las sirenas de la policía aunque, al igual que el ruido de los aviones al despegar, ya no las oían salvo que prestasen atención. Pero tampoco era tan mal barrio; los vecinos trataban de ayudarse entre sí en vez de andar puteándose unos a otros como sucedía en tantos otros sitios.

Lo jodido era salir a por comida para el grupo. Él ya no era joven y ni podía cargar peso ni correr ni defenderse de otras personas. Pero los chavales se lo llevaban con ellos cada vez que salía el grupo a traer lo que fuera posible. No podía permitirse sentirse inútil.

Era duro verse en esa situación a su edad. Lo prefería a la alternativa. Perdió a su mujer y su hija en el mismo accidente. Fue culpa del contrario, que se saltó un semáforo, pero conducía él. Y no se lo perdonó hasta que el hambre hizo mella en su salud. Y casi que estaban mejor muertas que malviviendo el día a día en el que se encontraba inmerso. Algún día, seguramente muy pronto, se reuniría con ellas.

Pero hasta entonces seguiría luchando por sobrevivir; ellas jamás le habrían permitido rendirse.

Miró a su nuevo compañero de piso, un nórdico pelirrojo que casi nunca hablaba y que andaba todo el día enfrascado con sus aparatos. Le caía bien de todos modos, parecía un hombre bueno.

Jan Malmström se sentía científico aunque no siguiera una disciplina ortodoxa. Esos días estaba frenético, sabía que estaba muy cerca. La presencia era muy cercana y poderosa. Sí, pronto probaría empíricamente la existencia de fantasmas.

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