sábado, 15 de diciembre de 2012

En la Luna

Desde el ventanuco podía verse un cielo inmensamente negro con infinitas estrellas. Cuántas veces se había asomado por ese agujero desde aquella primera vez que le dejó inmóvil durante horas, aguantando la respiración, no lo sabía. Probablemente ya había pasado de los seiscientos días; al cumplir los quinientos dejó de contarlos, ¿para qué?

En menos de cuatrocientos ya había terminado de montar hasta el último detalle de la base. Todos los equipos estaban funcionamiento a total rendimiento. Un diminuto ecosistema funcional y autocontenido en un par de miles de metros cúbicos con capacidad para mantener a cuatro personas indefinidamente. Y ella sola la había montado en la cara oculta de la Luna.

Su misión era, probablemente, la mayor aventura jamás emprendida por la especie humana. Un consorcio de países se había puesto de acuerdo en montar una base permanente en la cara oculta de la Luna. El único lugar conocido al alcance del hombre aislado permanentemente de cualquier interferencia electromagnética procedente de la Tierra. El único lugar donde podían instalarse innumerables aparatos experimentales y de medición con los que avanzar en el conocimiento del Universo.

Esta base, Limbo I, era el germen de la primera colonia humana fuera de su planeta natal. Cada gramo transportado desde la Tierra hasta el lugar del selenizaje había tenido un coste de miles de dólares así que el cargamento de la misión había consistido en las infraestructuras de manteniemiento vital, materiales y herramientas de construcción de alta tecnología, alimentos deshidratados para una primera fase, semillas, nutrientes y fertilizantes, esporas de hongos, embriones y larvas y el científico / ingeniero más capacitado y con menor tasa metabólica. Durante la etapa final del proceso de selección fue la primera vez en su vida que dio gracias por su metro cuarenta y dos y cuarenta kilos escasos de peso.

Tras el alunizaje, el módulo de mantenimiento vital había sido su pequeño mundo y el ventanuco el único contacto con el mundo exterior. Llegó al principio de un día lunar para poder aprovechar la luz y avanzar en el montaje de la base desde los primeros momentos de su estancia. Poco a poco del módulo fueron surgiendo pasillos y salas satélite y nuevos pasillos y nuevas salas que al cabo de las semanas estaban llenas de aire perfectamente respirable que exhalaban primero las máquinas y al cabo de los meses las plantas. Casi todo eran salas y pasillos diáfanos; sólo las salas de cultivo, las de cría y la planta de procesamiento de alimento y reciclaje funcionaban de manera definitiva. Le hacía mucha gracia pensar que, en el fondo, ella no era más que la granjera más remota de la Historia de la Humanidad.

Desde su llegada, sólo el día 350 de la misión llegó un nuevo transporte con nuevo material, más comida y fertilizantes, nuevas instrucciones (no había cambios en el calendario previsto), prensa y libros en formato digital y mensajes de su familia, amigos, simpatizantes, políticos y demás gente en general. En un par de años más llegarían sus nuevos compañeros con los primeros instrumentos para montar y ella podría regresar de vuelta a la Tierra.

Pero de momento prefería no pensar en horas y días para no volverse loca. Sólo quería leer las horas muertas (llevaba ya cientos de libros y le quedaban aún varios miles por leer) y disfrutar de aquel maravilloso ventanuco. Y no era mala vida vivir literalmente ajena a todo lo demás que sucedía en el mundo.

Aunque hacía ya casi medio año del conflicto nuclear que había conseguido que ya nunca nada volviera a suceder.

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