Las nubes hacían negro el cielo del atardecer. El agua caía en una cortina incesante que apagaba por completo sus pasos y cualquier otro sonido salvo el crujir de los rayos por todo el valle. La tierra ya estaba empachada de agua y dejaba que se derramase hacia el torrente que bajaba dando saltos entre las rocas.
Empapado bajo la lluvia, Noé silbaba feliz.
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