domingo, 10 de febrero de 2013

Desasosiego

Los calamares fritos le entraban de puta madre, con su alioli y unos picos de pan. La mesa estaba llena de botellines vacíos, diez o doce por persona. O sea, diez o doce; y desde la sombra del toldo se estaba a resguardo de un sol que pegaba con fuerza en la arena de la playa.

Serían las tres y media o cuatro. O por ahí. Qué más daba. Tirarse las tardes tomando cervezas junto al mar era lo único que ahogaba su sensación de soledad y de estar haciendo el inútil con su vida. Aunque luego siempre amanecían unas mañanas de remordimientos que apagaba con la consiguiente ida al chiringuito.

Semanas atrás aún habría soñado con tener compañía sincera para este retiro suyo pero ahora no le quedaba más remedio que matar a su rabia y cinismo a golpes de cerveza. Sí, tendría que haberle hecho caso. Qué amarga sabía su victoria.

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