viernes, 12 de abril de 2013

Infierno

Le quedaba muy poco para llegar al infierno, se lo decía cada nervio de su cuerpo, cada neurona de su cerebro. Una sensación de desasosiego que crecía según caía su alma incorpórea hacía un destino incierto pero seguro.

Y finalmente llegó y sintió un calor casi abrasador por todo el cuerpo salvo por su espalda que reposaba en algo fresco y mullido. Las voces infantiles le obligaron a abrir los ojos. Estaba en un parque rodeado de gente desnuda que reía alegre y despreocupada. Parejas, tríos, grupos de adultos de ambos sexos se amaban a la sombra de los árboles, sobre la hierba y bajo el sol, en el agua. Se incorporó y se observo desnudo, pálido y fofo.

Lo que serían varios días después, demacrado, trataba de esconderse entre los arbustos, tapándose las vergüenzas con las manos y rezando a Dios que se lo llevara de allí. Siempre era de día y la gente se divertía y reía sin cesar, se amaban unos a otros, no había hambre ni vergüenza ni necesidades de ningún tipo. No existía el miedo. No existía el pecado.

Y el que fuera arzobispo en vida enloqueció de terror.

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