jueves, 25 de abril de 2013

Washed away

Otro día que Oiron se levantaba para nada. Para trabajar para pagarse las jarras de la noche con las que olvidarse de que estaba vivo. El sol le calentaba pero era su enemigo. Le picaba la cabeza, le escocía el sudor en las ingles y las axilas y los perros aullaban cuando le olían. Y su boca seguramente apestaba a tumba. Pero su tío le señalaba con el dedo extendido dónde tenía que pasar el día arando, sembrando o recolectado y no cruzaban palabra hasta que le daba las gracias cuando recibía el salario del día.

Estaba hasta los cojones de esa mierda de vida pero no sabía si quería otra. ¿Para qué? Siempre sería un mierda. El sol estaba ya demasiado alto y su tío estaría esperando con las mandíbulas apretadas a que llegara. Pero necesitaba darse un baño y quitarse algo de olor del cuerpo y de la ropa. Una jornada de trabajo bajo el sol consigo mismo sería insoportable.

El camino marcado por las roderas de los carros loma abajo le llevó al pequeño embarcadero de madera que hacía las veces de puerto comercial del pueblo. No era más que una plataforma de maderos de pino sin desbastar ni curtir que se adentraba desde la playa de piedras hacia el centro del río. Y era lo único que valía la pena cuando estaba sobrio. El ruido del agua y de las hojas de los árboles se comía la pena que no quería quitarse de encima y nadar y tumbarse sobre la grava bajo el sol era como estar feliz.

Se descalzó dando un par de patadas al aire y se metió tal cual en el río. Cuando le llegó el agua a la cintura se detuvo, cerró los ojos y aflojó la vejiga. Se dejó caer de espaldas con los brazos en cruz.

Bajo el agua siempre pensaba más de la cuenta y el pasado se hacía presente. Y dolía. Cerró los puños, se puso en pie y le arreó una ostia al agua. Echó a andar hacia la orilla donde el perrillo blanco le esperaba tumbado moviendo el rabo junto a sus zapatos.

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