lunes, 29 de abril de 2013

Frío

Llovía. Más de lo que cabría esperar. Más de lo que había tenido en cuenta. Sentado a la entrada de la gruta, todo lo que veía del mundo no era más que la silueta gris oscura de las montañas recortando un cielo gris algo menos oscuro que se escondía tras un muro de agua y estruendoso silencio. Hacía tres o cuatro días que había dejado de sentir hambre y ahora sólo le preocupaba el frío que le atería. Sus ropas ya no sabían lo que era estar secas y la mugre de semanas de viaje había convertido la lana en una gruesa tela de desbastar su piel.

Cuando la noche venció a la mortecina luz se tumbó hecho un ovillo en el fondo de la cueva. Se imaginó dormido junto a una hoguera, tumbado sobre la hierba una tarde de verano, repatingado en el banco de una posada junto al hogar, con la tercera o cuarta jarra de vino caliente especiado caldeando su tripa.

Si no despertaba mañana, moriría feliz.

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