miércoles, 3 de abril de 2013

Un trabajo bien hecho

Era horrible pero la rabia le había cegado y ahora la nieve se había teñido de rojo. La rueda de la moto seguía girando con el motor al ralentí y la cabeza destrozada del afilador regurgitaba sangre sin parar. El matrimonio de ancianos de enfrente seguramente estaría con la televisión a todo trapo y no habrían visto nada. Sentía angustia y ganas de vomitar por lo truculento de sus actos.

Una media hora después la moto chillaba en garaje y la sangre de la calle, oculta por una fina capa de nieve que había echado con las botas, sería seguramente comida por las alimañas durante la noche.

Se sentía muchísimo mejor. Había hecho un trabajo impecable: el cuerpo del afilador yacía metódicamente descuartizado en la bañera, perfectamente desmembrado y trinchado como un cerdo en el mejor asador. Se le había pasado el cabreo: sus cuchillos ahora sí que habían quedado estupendamente, y no medio embotados como los había dejado el afilador. Menudo cabreo había cogido.

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