viernes, 22 de marzo de 2013

Vuelta a la serenidad

La arena mojada se le escurría haciéndole cosquillas entre los dedos. Cuando quedaba una masa casi seca la dejaba caer al agua y se agachaba de nuevo a coger otra buena palada con ambas manos del fondo para sacarla rápidamente y dejar que se le escurriera una vez más. Se le quemaba la espalda antes que aburrirse.

Con el rostro arrugado por los años miraba las playas de su niñez. Viudo, con dos hijos que le habían hecho abuelo y un tercero fallecido en accidente de coche en plena adolescencia, había vuelto a la playa que le había dado tantos recuerdos buenos a lo largo de su vida. Siempre que necesitaba algo de inocencia, de pureza, de motivos por los que vivir la vida hasta el último suspiro, cerraba los ojos y volvía a este lugar.

El sol se había escondido unos pocos minutos antes. Desnudo, se agachaba para coger arena con el agua hasta casi la cintura.

Los servicios de limpieza recogieron por la mañana sus ropas abandonadas sobre la arena sin darle mayor importancia.

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